Crónica de la 70ª edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián

Mario C. Gentil / 17.12.2022

Donosti es una ciudad preciosa, eso no es un tema abierto al debate, ni siquiera para quien sea un late motiv de su ideario el refrán “para gustos, colores”. Más todavía en fechas donde la luz que se derrama desde esa bahía se impone a los nubarrones que puedan manifestarse. Pero cómo la visten de gala durante el certamen, donde hasta la publicidad, que para un servidor es un afeador urbano, con esa bellísima disposición de la cartelería cinematográfica, hace que la ciudad brille como una joya en la orilla de un río en un día soleado. Y por la noche, Juliette Binoche asomándose desde el Kursaal al otro lado del río… El 70 Festival Internacional de San Sebastián, primer Zinemaldia para el que escribe, quedará siempre en mi memoria, más por cuestiones personales que por el hecho de ser una edición que vaya a dejar huella en la historia, o por marcar las tendencias de la cinematografía internacional. Pero a su vez sí que ha sido muy representativa del panorama del cine del momento:

El cine español es ahora mismo un cine en estado de gracia, rico en sensibilidades, que se multiplica en miles de formas, que tiene en hombres, y sobre todo, en esta nueva generación de mujeres, un crisol de propuestas donde la calidad cinematográfica ha quedado tan patente que se ha alzado a un nuevo estadio, no con autores o autoras de una genialidad muy puntuales, sino como nación casi que en conjunto. Aportando, eso sí, cada cineasta, una mirada propia y versátil. Un año, una noche, de Isaki Lacuesta, nos contó un sólido relato, donde la posición de la mirada cambia, donde vimos dos maneras de encarar un trauma, y el tiempo que se requiere para poder hablar de él. En la misma sección (Perlak), vimos el climático thriller As bestas, en el que Rodrigo Sorogoyen consigue crear un thriller de un pulso narrativo del más alto nivel cinematográfico. También demostró su talento narrativo natural Alberto Rodríguez, con Modelo 77, pues es capaz, una vez más, de insertar atractivas tramas en momentos históricos a los que rescata y no son solo mero lugar situacional para un guion. En la Sección Oficial, Jaime Rosales se deshizo, ya completamente, de su cine que tendía a lo experimental, que quizás le caracterizaba más que el de ahora; pero Girasoles silvestres demostró ser una obra que supone la consolidación de una nueva etapa en el cineasta, con una linealidad constructiva que gana en la fluidez de su discurso. Aquí hay que pararse a decir que Anna Castillo ha hecho lo posible por arrebatar a Binoche la imagen como icono del Festival, y es que el momentum interpretativo es simplemente arrollador en cada proyecto que participa, y en San Sebastián fueron hasta tres. Pilar Palomero se superaba con su segundo largometraje, y nos tocaba la fibra con La maternal, película que perfectamente pudo alzarse ganadora, y que nos descubrió a Carla Quilez, una jovencísima actriz con un increíble torrente interpretativo (ganadora a mejor interpretación ex aequo). La consagración de la primavera supone también la consagración de Fernando Franco como un director con un bagaje ya considerable (tercer largometraje, tercero de calidad), y donde la aspereza de sus siempre duras historias se ve aquí limada por un atisbo de nueva luz, donde puede ser que haya espacio para la esperanza. Mientras, Mikel Gurrea nos cuenta con Suro las luces y sombras de personas acomodadas que se mudan a tierras heredadas y ejercen de patrones en el negocio del corcho, en un retrato en el que no yuxtapone ni agrega juicios morales, sino que expone los perfiles de dos personas que ven salir a flote, para bien y para mal, su condición humana, o más concretamente la evolución que ciertamente suele ocurrir en ciertos perfiles de personas en momentos vitales trascendentes. Supuso San Sebastián también el debut de dos directoras con muchísimos vasos comunicantes con esta nueva generación de cineastas mujeres. En la sección New Directors, Rocío Mesa, con su Secaderos, dejó una impronta mágica en el corazón de todos los asistentes, en una historia donde lo rural, los actores naturales, la familia, la pérdida de una forma de vida, se mezclan con la fuerte marca identitaria de la realizadora. En Zabaltegui Tabakalera, idénticos temas, con una fábula y una sobrenaturalidad aún más sutil, nos trajo Elena López Riera con El agua, película que también encandiló a los presentes en Donosti tras su paso por Cannes. Cerdita, de la también debutante Carlota Pereda, tomó estos mismos ambientes para tornárnoslo en una historia de terror que no hace sino demostrar que esta similitud de temas se ven a la vez tratados con una mirada y una originalidad propia, resultando en un cine muy versátil. En la misma sección, la capitana de esta generación, Carla Simón, nos regalaba ese corto que es un tesoro para el legado de nuestro cine llamado Carta a mi madre para mi hijo. Coixet también tuvo su reconocimiento gracias a su documental El sostre groc, en una edición en la que un cierto crítico iba ya no como profesional, sino como protagonista de otra obra documental, una pieza necesaria ver para entender la historia y el panorama de la crítica cinematográfica, y una figura que ha marcado nuestra industria.

En cuanto al cine latinoamericano, sin tantísimos títulos en la Sección Oficial (mención aparte Horizontes latinos, sección que por falta de colaboradores no hemos podido cubrir), pero, acreditadamente la región ganadora del certamen; para muestra un botón: Los reyes del mundo, película colombiana de Laura Mora, se llevó la Concha de Oro como mejor película del 70 Zinemaldia gracias a un duro, vivo y salvaje retrato de las bajas clases de Medellín, y de un grupo de chavales en busca de una arcadia apartada de la violencia sistemática y diaria. Mientras que la película de Santiago Mitre, Argentina 1985, se llevó el Premio del Público por este drama judicial de tintes clásicos donde se rescata y reivindica la memoria argentina y los juicios de las Juntas Militares a los dictadores argentinos encabezados por Videla. Pornomelancolía (Manuel Abramovich, Argentina), que a la postre se llevaría el premio a la mejor fotografía, una cinta que traspasaba constantemente la fina línea entra la ficción y la no ficción.

En cuanto al resto de propuestas a competición, destacar por encima de las restantes a la oscurísima, llegando incluso a la ambientación de terror, Great Yormouth (Provisional figures) una cinta sobre la trata de blancas pero que en el eje se sitúa a un personaje femenino con multitud de aristas, en una película que ciertamente, ya pasados los meses desde el Festival, ha recibido muchos menos elogios de los que merece. También fueron muy interesantes las propuestas asiáticas: la ópera prima de Genki Nakamura A Hundred Flowers (Japón) le valió para alzarse con el premio a mejor director en una sugerente propuesta en cuanto a su construcción narrativa sobre el Alzheimer y los recuerdos. Mientras que A Woman (China), de Wang Chao, nos propuso una historia ciertamente nada novedosa sobre la situación de la mujer durante la revolución cultural, en un estilo que se acerca lo suficiente a Yimou como para, pretendidamente o no, desprenderse de su lirismo, consiguiendo encontrar una versión diferente del maestro chino. Pero si sobresalió una película oriental, fue sin duda la obra de Hong Sang-soo (Walk-Up), donde el cineasta surcoreano volvió a demostrar que posee una mirada y estilo totalmente diferente a cualquier propuesta que se pueda ver en la contemporaneidad. Un cine que respira levedad, lirismo, paz, sosiego, calma, calor. Runner, cinta estadounidense con la que Marian Mathias se ha dado a conocer al mundo, ganó la Mención Especial del Jurado, por su potentísima presentación ambiental, su dibujo de personajes, y su indudable capacidad técnica, en una cinta que debe ser considerada más una declaración de intenciones que una obra magna por sí misma. The Wonder (Irlanda), de Sebastián Leilo, exploró el metacine, la transposición de la religión irlandesa a una significancia paralela del cine para con nosotros mismos, en una cinta que, si bien en el momento atrapa nuestra atención, con el paso del tiempo se disuelve su efecto en favor de otras propuestas, ya una vez reflexionadas, más atractivas. Y no podemos dejar pasar por alto Sparta (Austria), una cinta que causó revuelo (en mi opinión justificada por la polémica del casting, pero en ningún caso por lo que el filme cuenta), pero que se me antoja decir que hasta necesaria, que tiene una carga profundísima, política, humana y cinematográfica; una película que ver desde el rigor en todos los aspectos, y con una neutralidad que nos impele y nos incomoda más a nosotros por nuestro juicio que por la manera tan diáfana y a la vez con tantos interrogantes que debemos resolver.

En lo referente a la Sección Perlak, en lo que a sus películas internacionales se refiere (ya abordadas las cintas hispanas) el crisol de propuestas. Hirokazu Koreeda se aventuró, sin perder un ápice el estilo, en su primer proyecto surcoreano, nada más y nada menos que con el protagonista de Parásitos (2019), en una obra (Broker, Corea del Sur) que, si bien mantiene su esencia, no tiene la misma potencia de sus anteriores trabajos. Destacó sobre manera el “biopic” austriaco sobre Sissi Emperatriz (Isabel de Austria) Corsage, donde Marie Kreutzer, hace una relectura de la figura histórica, pero desde una perspectiva postmoderna, romántica, feminista y actual, siguiendo la senda que abrió Sofía Coppola con María Antonieta (2006) y con una Vicky Krieps en estado de gracia. En Un beau matin (Francia), Mia Hansen-Løve volvió a dar muestra de su sutileza expositiva de los sentimientos afectivos. Mientras que Tori y Lokita (Bélgica), de los Dardenne, nos dejó devastados en uno de los mayores dramas de amistad de los últimos tiempos, donde con una carga política demoledora, y un enfoque desde el realismo social, nos habla de las personas migrantes y el desamparo de los estados europeos. Por último, hablar de El triangulo de la tristeza (Suecia), una cinta que supuso una bocanada de aire fresco entre tanto drama autoral (siempre necesario), que hizo a prensa y público fundirse en uno, revivir la experiencia del cine como espectáculo colectivo, sin por ello ser una obra que deje de lado lo formal o la renuncia a un estilo, y tampoco el compromiso temático. Un broche de oro a la sección.

Pero no hay que olvidar que en esta edición se entregaba el Premio Donosti a dos personas capitales en el cine de las últimas décadas. David Cronemberg, recibió el premio a su trayectoria y presentó su última película, Crímenes del futuro (Canadá), donde se hace una especulación de la cirugía y el cuerpo como lienzo artístico y experimental, que si bien es un paso más dentro de su barroco y e infinito imaginario, y siendo una cinta adaptada a su tiempo que para nada se conforma con anclarse en la comodidad del que ha realizado tantísimas obras significantes en la historia de un tipo muy particular de cine, no ha puesto de acuerdo a crítica y público, aunque esto no debería ser novedad en la filmografía del canadiense. El otro premio Donosti, para la imagen de la 70 edición: una Juliette Binoche que pese a tener ese aura de mito no le impide presentar dos obras, tanto a Sección Oficial (Le lycéen, Christophe Honoré, Francia), como en evento especial junto con la directora Claire Denis presentando Fuego (Francia), una cinta junto a Vincent Lindon donde el amor y las relaciones afectivas se siguen explorando en la madurez, y donde la capacidad actoral eleva una cinta con sus luces y sus sombras, pero que gana enteros en su reflexión postrera.

Concluyendo esta larguísima crónica, hablar de algo necesario en todo festival, y que San Sebastián sigue teniendo bien a hacer, la revisión de los clásicos. Amén de varias piezas de calidad aisladas, la revisión de la filmografía de Claude Sautet: un autor que con los años debe ser elevado, por su sutileza, por su tono único, por sus personajes siempre con ambigüedades, pero a los que les salva siempre el alma; por el fatalismo que contiene, la imposibilidad que suele ganar en sus historias amorosas; por su pausa en el diálogo y su utilización de la música; por su sinceridad narrativa y expositiva; por hacer de las miradas arte, uniendo estética y emoción.

Por último, una pequeña reflexión: realmente creo que el Festival en su programación no tiene una coherencia narrativa más allá de las secciones, y aun en estas se muestra inconexa, pero llevo dándole vueltas unos meses (desde que acabó la edición) y ¿no deberá ser un Festival, mientras más grande, más diverso en cuanto a sus propuestas?, ¿cómo es posible conectar a todo un planeta y su cine sin a la vez caer en la injusticia de la línea o el estilo?, ¿No hay en el mundo de todo y de todo tiene que ser visto?. Con estos interrogantes acabo las impresiones propias, y también, las sensaciones impregnadas de lo colectivo que traje, de mi primer Zinemaldia, al que un servidor (que siempre soñó con hacerlo) y testigodecine.com tienen la intención de acudir anualmente, pues es una fábrica y a la vez un parnaso de gente amando al cine.

Nota: el trato a la prensa, la asistencia del personal del Festival y las facilidades a nuestro trabajo, son, de largo, las mejores de a cuantos festivales, este primerizo redactor, ha acudido este primer año con la web, a la altura del pedigrí del evento.

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