Mario C. Gentil / 29.11.2022
Rodrigo Sorogoyen realiza con As bestas la que probablemente sea hasta ahora su obra magna. La acogida de gran parte de la crítica, de la Academia (preseleccionada como una de las tres películas a competir por el Oscar representando a España), y del público (acreditado con su premio en el Festival de San Sebastián y con la asistencia en salas en las primeras semanas) así lo crean en el imaginario y la consciencia colectiva. Pero, sin embargo, es una oportunidad perdida, una cinta que se queda a medias, que no termina de redondear lo que tan bien comienza.
As bestas tiene unas de las mejores escenas iniciales del año: de la poética de una escena a cámara lenta, que une instinto, ancestralidad y la cultura de un lugar (Galicia), pasamos a una súbita tensión, conseguida mediante los primeros planos y los silencios que hay en una conversación incierta (el bilingüismo aporta mucho en este sentido) de taberna, en la que lleva la batuta un Don de aldea rural de calmado talante belicoso, con la constante predisposición a los malentendidos que muestra la dominancia del que se sabe superior. Esta escena tan genialmente interpretada por los sobresalientes Luis Zahera y Denis Ménochet te atornilla a la butaca a los pocos segundos y predispone el cuerpo a una cinta que va escalando orgánicamente en su tono de thriller oscuro y local. Junto a Zahera y Ménochet, Diego Anido termina de componer un trío de actores que realmente imponen y suponen unas de las mejores interpretaciones masculinas en el cine español del 2022. Pero no solamente se sustenta este ambiente de turbia amenaza en las actuaciones, sino que son multitudes las escenas en las que un levísimo pero constante acercamiento de la cámara a los personajes imprime ese clima de paulatino acecho. Además, la música usada de manera extraña pero acertada (pues es lóbrega hasta en momentos donde aparentemente hay un pequeño break pacífico) no deja que la película se relaje narrativamente en ningún momento.
El problema viene cuando se llega al cénit la película: el guion rompe con todo lo anterior, y lo que probablemente debería ser un punto más cercano a su final, se convierte en el inicio de la otra mitad de la película, que supone un brusco e inarmónico cambio de tono. Aparece aquí un mar de subrayados que afean la película. Incluso se erige un paternalismo, una defensa platónica de las leyes, pero con una afrancesada moralina que no le hace bien a la película y que supone casi una larga doctrina de lo que debería ser un sutil y sencillo epílogo. Todo ese sufrimiento en el que se incide en esta parte podría darse con muchísimo menos de todo; la idea resultaría sincera en lugar de dogmática y redondearía una película que hasta entonces no tenía fisuras. Sorogoyen hace muchas cosas bien en esta cinta, pero es una pena que la película no llegue con la entereza con la que nace. Aun con todo, la primera parte de As bestas rebosa calidad narrativa y cinematográfica como para no ser una obra que sume en este ya año histórico del cine español.
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