Mario C. Gentil / 22.07.2024
Es síntoma de una madurez intelectual, social, y humana, sentir la carga y la responsabilidad de lo que representa ser un hombre o mujer blanca. Más necesaria, si cabe, en un país (Brasil) donde las etnias predominantes son pardas (y negras en menor medida), pero las élites y los que ejercen el poder son personas blancas. Esta toma de consciencia a veces se adviene como una suerte de caída del caballo como sucediera al apóstol San Pablo. En A Paixão Segundo G.H. esto se revela mediante una profunda crisis existencial de su protagonista y casi único personaje. El enfrentamiento al vacío (eidético, sentimental y espacial) en su privilegiada mansión de Río de Janeiro, tras el abandono de su criada negra, y el fin de una vivida relación amorosa, se desencadena definitivamente tras matar a una cucaracha en el cuarto de la mencionada sirvienta y la contemplación horrorosa de su cadáver agonizante.
La cinta de Luiz Fernando Carvalho adapta la novela homónima de Clarice Lispector, en la que un constante ritmo narrativo da caudal a las reflexiones de su madura protagonista. A base de sentencias, esta filosófica disposición se combina con el uso de imágenes que alternan la captación parcial y expresiva de rostros dreyerianos, con la fuerza de los objetos, las materialidades y espacios que pueden remitirnos a los interiores de Tarkovski. En este andamiaje formal, las contradicciones, estéticas y reflexivas, fluyen constantemente como motor de la cinta. Se despliegan pensamientos en diferentes trayectorias en los que la toma de consciencia racial deja paso en otras ocasiones a un racismo instintivo, pasivo y latente, que actúa como radiación de fondo. De igual manera el sentimiento humanista de su protagonista se contrapone con su cultural condición clasista, resultando la película en una lucha que desgarra y sana en un círculo permanente. Visualmente, la belleza estética y el horror sensorial, operan igualmente generando estas disonancias, por el contrario, muy ajustadas a la contradictoria naturaleza humana. La culpabilidad posibilita la construcción, el miedo destruye lo edificado. A veces reina el conservador orden, otras se impone la fuerza del progreso.
A Paixão Segundo G.H. deconstruye y funda, en su constante Big Crunch, la identidad de una nueva mujer, en las que las fuerzas casi religiosas del bien y del mal (tiene mucho de nietzscheano), acaban por formar a un más allá que termine de moldear un nuevo ser humano (en el que el feminismo debe ser troncal y necesario) que supere a la brutalidad que inevitablemente emerge de la etnia blanca y heteropatriarcal, violentamente dominante, en nuestro planeta. La cinta, señalando esto, hace un ejercicio también de transigencia, de segunda oportunidad, de redención a quien de verdad tiene una voluntad de reparación. No se olvida, no se omite, no huye, pero sí da un espacio para un renacer que haga por fin que esta lucha de opuestos, de contradicciones y de tensiones, se transforme en un futuro donde la armonía sea la que acabe reinando. Luiz Fernando Carvalho filma una obra en la que se capta el dolor, pero también la lastimosa belleza de quien se resiste a morir dejando el más horrible de sus aspectos, el de transitar la única vida que tenemos ejerciendo las actitudes de la intolerancia.
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