Mario C. Gentil / 23.01.2023
Testigo de cine, desde su nacimiento en diciembre de 2021 en formato web, ha acudido a varios festivales de cine de diversa índole durante su primer año de existencia. Desde humildes programas pero que demuestran un muy sincero amor al cine como el Imagine India Internacional Film Festival, hasta el gigante de los festivales españoles como es el Festival de San Sebastián; pasando por otros que comienzan a tener cierto eco como el Festival Rizoma de Madrid, y incluso, abordando nuevos formatos como el Japanese Film Festival Online 2022. Pero, de todos en los que hemos tenido presencia, no hay un programa artístico con más coherencia y solidez que el que pudimos presenciar en noviembre en el Festival de Cine Europeo de Sevilla.
El que escribe, sevillano, se considera hijo de este festival, donde ha madurado su mirada del cine actual año a año desde que en 2011 acudiese por primera vez. No se prestaría, debido a ello, a regalar el oído por cariño, gratitud o algún tipo de conveniencia: buena prueba es la nota informativa que junto a una compañera firmó antes de su inicio, debido a ciertos problemas en la organización con respecto a la prensa. Pero sí que es necesario decir que el Festival de Sevilla ha alcanzado en esta edición una madurez total, que ya venía adquiriendo en años anteriores, y por la que se granjea merecidamente el reconocimiento del mundo de la crítica, y también del público con su creciente asistencia, que cada año lo va consolidando, por méritos propios, y sin titubeos, como uno de los mejores festivales del país. La capacidad para dialogar que tienen las películas entre sí; la elección de títulos muy diversos en un programa que a su vez resulte compacto como cuadros en una sala de museo; la versatilidad de sus obras sin perder la referencia del contexto europeo en el que se enmarcan; la capacidad para traspasar estos propios límites, e incluso fronteras; el compromiso con la situación política y las temáticas de su tiempo; la siempre dedicación a un espacio para reivindicar el cine de la tierra en la que se celebra: se confirma que estamos ante un festival que no solo se garantiza a sí mismo un futuro próspero, sino que se asienta ya como una realidad, y a la vez, una necesidad imperdible como evento al que es obligatoria su asistencia, si tanto crítica, como espectadores, quieren estar al tanto de la actualidad cinematográfica.
Y antes de entrar en esta relación de obras de su programa artístico, también hay que mencionar el excelente trabajo de inclusión e iniciación al cine que tiene el Festival con las nuevas generaciones, cosa que siempre ha venido haciendo en ediciones anteriores. No es este un festival en el que la asistencia se base en espectadores ya bien entrados en la madurez, de cierto nivel adquisitivo, y de un alto bagaje cinematográfico que acuda por tradición o compromiso a su festival. Se produce aquí un verdadero deseo de asistencia como evento cultural, de entendimiento del cine como algo especial, en el que muchísimos grupos de gente joven acuden con expectación al evento, incluso cuando durante todo el año se despegan de las salas de cine que cada vez están más abandonadas y se prestan ya casi a espacios de culto. Esto aquí no pasa, hay una consciencia de verdadera fiesta del cine (recuerden que, por ser de Sevilla, todavía pertenecer a una edad joven, y conocer el tejido social de mi ciudad, no lanzo lo que digo a la ligera). A su vez, alegra el corazón de un cinéfilo ver a niños de numerosísimos colegios de la ciudad abarrotar los pasillos y las colas de las salas durante las mañanas del Festival. ¡Ay!, si la promoción llegase a todos los rincones; si cuando alguien que viniese de fuera sintiera que llega a una ciudad del cine en estas fechas y esto no se limitase a los lindes de Nervión Plaza, salvo contadas gotas de cartelería muy específicas en algunos puntos clave de la ciudad, y se integrase de verdad en las calles y comercios de Híspalis… Ojalá, el ayuntamiento que tanto se afana en recordar su compromiso con la cultura y este festival, dieran un apoyo verdaderamente masivo al evento. O que al menos, calculase que las obras del tranvía no coincidiesen justo en esa manzana delante de los cines durante los días del Festival, cuando meses atrás otras eran las zonas intervenidas para dicha construcción…
Pero volviendo al motivo de la crónica (la relevancia de su programa artístico), atendamos a los vínculos que entre sus obras se producen y que han marcado esta edición, no solo limitándose estas relaciones a una sección como algo cerrado, sino con vasos comunicantes entre ellas sin perder por ello la compostura de cada una: se produce un juego de espejos en las obras Saint Omer (Alice Diop, Francia), Un petit frère (Léonor Serraille, Francia) o incluso Sonne (Kurdwin Ayub, Austria), todas ellas de la Sección Oficial, y también con Tori y Lokita (Jean-Pierre, Luc Dardenne, Bélgica) de la Sección EFA, en los que las personas migrantes (tema muy presente en la edición), se ven asfixiadas en de una u otra forma por las potencias coloniales europeas en las que han tenido que hacer su vida, donde la hermandad, o la relación entre padres (o más bien madres) e hijos se ve condicionada de por vida, donde se nos dan diferentes puntos de vista del desgarramiento interno que producen los tiránicos estados europeos, y la poca protección estatal con respecto a estos grupos de personas. El Festival no duda en seleccionar obras que europeas que critican a sus propias potencias duramente, donde no cabe la condescendencia, y en las que la fortísima carga política no impide contarnos relatos de seres individuales a los que también se reivindica.
El diálogo entre las relaciones de hijos con sus progenitores incluso se acentúa en otra tanda de cintas, donde se convierten en el tema capital de la cinta: Vera (Tizza Covi, Rainer Frimmel, Austria) de la Sección Oficial y Aftersun (Charlotte Wells, Reino Unido) de la sección Nuevas Olas, exploran, ambas desde un enfoque totalmente diferente, la relación de la hija con el padre. Si en la primera la presencia de éste ha opacado la existencia de una mujer ya bien entrada en la madurez, en la segunda exploramos la ausencia que ha marcado la vida de la segunda. Por el contrario, The Eternal Daughter (Joanna Hogg, Reino Unido), también de la Sección Oficial, y La piedad (Eduardo Casanova, España) exhibida en Eventos Especiales, nos cuentan dos relatos de la dependencia maternal llevada al extremo, a lo patológico. Cada una de ellas, eso sí, desde ángulos muy diferentes; pero imbuidas ambas en atmósferas muy particulares. The Quiet Girl (Colm Bairéad, Irlanda), de la Sección EFA, por el contrario, nos habla de la desasistencia total de ambas figuras paternas.
Y es que la mirada desde el punto de vista del infante es algo que aparece muchas de las películas del certamen. The Quiet Girl, Aftersun, Un Petit Frère, comparten esta mirada con Close (Lukas Dhont, Bélgica), también de la Sección EFA, una cinta que trata desde el punto de vista infantil el sentimiento de la pérdida y la gestión de la culpa. Hasta se puede incluir la cinta EO (Jerzy Skolimowski, Polonia, Italia), de la misma Sección, en la que la mirada en la que se nos sitúa, de incomprensión, de un mundo que nos desborda, tiene resonancias temáticas, y a veces hasta formales, con las anteriores.
Close también aborda otro tema que aparece tanto en otra cinta de la Sección Oficial: Fogo Fátuo (João Pedro Rodrigues, Portugal, Francia); como en Blue Jean (Georgia Oakley, Reino Unido), de Historias Extraordinarias: la homosexualidad. Desde una elección formal totalmente diferente, todas ellas orbitan esta temática como uno de sus temas troncales.
A Couple (Frederick Wiseman, Francia, Estados Unidos) o Fairytale (Alexander Sokurov, Bélgica, Rusia) nos presentan dos fantasías, una en forma de monólogo, y otra en diálogo onírico, en el que los ambientes pictóricos envuelven a las obras, haciendo transitar a sus personajes en paisajes casi irreales que nos remiten a diferentes expresiones y movimientos del mundo de la pintura. También en estas irrealidades donde se establecen lazos se insertan Fogo Fátuo o The Eternal Daughter, con una influencia palpable, incluso a veces verbalizada en la primera, de la historia del arte. A su vez, tratan historias de gente que viven como si estuvieran en otras épocas, engañándose a sí mismos, distanciándose de la realidad.
Por supuesto, el feminismo (fuera aparte del amplio número de mujeres directoras que han presentado en el Festival sus trabajos), es otra de las temáticas que aparecen. En la Sección Oficial, tanto Rodeo (Lola Quivoron, Francia), Vera, My Love Affair With Marriage (Signe Baumane, Letonia, Estados Unidos, Luxemburgo) o Holy Spider (Ali Abbasi, Alemania, Dinamarca, Francia, Suecia), o La emperatriz rebelde (Marie Kreutzer, Austria, Luxemburgo, Alemania, Francia), de la Sección EFA, tratan, desde personajes femeninos de una tremenda personalidad, situaciones de abusos o desigualdad que directa, o indirectamente discriminan al género. Si Rodeo lo hace desde la juventud actual, Vera lo hace desde la reivindicación de una figura que lucha por desprenderse de su apellido para llegar a su reconocimiento. Holy Spider nos sumerge en un thriller que versa sobre el sometimiento de la mujer en el mundo musulmán, mientras que La emperatriz rebelde, en un falso biopic, nos reelabora una imagen pop y contemporánea de Sissi emperatriz durante un año de su existencia. My Love Affair With Marriage, por el contrario, nos cuenta una especie de “historia de vida” sobre el entrenamiento de la mujer para su fin en la sociedad machista y patriarcal: estar preparada para el matrimonio.
Ésta última lo hace desde la animación, tipología formal que el Festival no desdeña en relegar a otros apartados, dándole toda la importancia que se merece (cosa que otros grandes festivales desechan), incluyendo dos títulos en la Sección Oficial, pues junto a la cinta mencionada, se incluye la última cinta de Michel Ocelot Le pharaon, le sauvage & la princesse (Francia, Bélgica), un regalo para la vista y un canto de amor a las historias contadas.
No quiero dejar sin mencionar el binomio que pueden formar también la ya mencionada Fogo Fátuo con Leonora Addio (Paolo Taviani, Italia), donde ambas historias giran alrededor de una persona muerta, en el que el lecho de muerte será el comienzo de unas historias con elementos nos pueden remitir a Ordet (1955) o Dies Irae (1943) de Dreyer o a El hombre que mató a Liberty Valance (1962) de Ford. Tampoco falte citar la inclusión en el programa de la Sección EFA dos grandes éxitos del año: tanto la Palma de Oro en Cannes El triángulo de la Tristeza (Ruben Östlund, Suecia), como la celebrada en taquilla y con numerosas nominaciones para premios nacionales As bestas (Rodrigo Sorogoyen, España).
Por último, festejar que no sólo haya una sección dedicado al cine de la tierra andaluza como Panorama Andaluza, sino que una obra como Siete Jereles (Pedro G. Romero, Gonzalo García Pelayo, España) compitió por el Giraldillo de Oro en la Sección Oficial, o que Secaderos (Rocío Mesa, España), representante andaluza de este cine autoral realizado por esa pléyade de mujeres que en España que ha marcado el cine del ya histórico año 2022, y que fue exhibida por todo lo alto en el Lope de Vega como Evento Especial con un grandísimo recibimiento del público.
Este cronista no lo niega: siempre he sido un mayor fan y enamorado hasta el tuétano del cine clásico. Pero esta genial exhibición de la mayor actualidad cinematográfica ha sido el último empujón para hacer tambalear mi fe. No hace falta su traducción real al idioma anglosajón (que también sería bien aplicada), sino que en toda su literalidad: I’m Losing my religion.