‘The Eternal Daughter’: terror por ausencia, ausencia de terror

Fotograma de ‘The Eternal Daugther’ (2022).

Mario C. Gentil / 24.11.2022

The Eternal Daughter (2022), dirigida por la británica Joanna Hogg, participante en la Sección Oficial del Festival de Sevilla, parte desde la premisa de la intriga, del misterio, para servirnos una historia simbiótica de madre-hija, enfermiza, que también habla de la ausencia, y de un estilo de vida caduco, de una clase aristocrática que ya prácticamente no tiene pervivencia. La cinta parece encapsular el tiempo, crear una burbuja mistérica que nos transporta a una época y a un tipo de familia que ya murió.

La cinta establece un vínculo con Mesas separadas (Delbert Mann, EE.UU., 1958) en sus interiores; por la captación ambiental de esa recepción, ese comedor, o esas salas de estar. Pareciera que aquel modelo inglés de hospedería de la cinta estadounidense, por entonces en desuso, hubiese quedado ya totalmente caduco, pero bien podría ser el mismo lugar, casi que habitado ahora por fantasmas. Esto la pone también en relación con El resplandor (Stanley Kubrick, 1980, EE.UU.) por el entorno y el clima de miedo propicio que aporta el vacío de estancias durante la estación invernal, que va en pos del terror como en la cinta americana, aunque siendo aquí toda esa oscuridad algo mucho más psicológico. También comparte conexiones con otra película del género, Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960, EE.UU.), por la relación simbiótica hija-madre en este caso; sin poseer el suspense del clásico, pero con una tendencia a la enajenación de las que llegan ecos. Esto lo vemos en el hecho de que Tilda Swinton haga ambos papeles, o que nunca aparezcan los dos personajes en el encuadre y se nos dé un plano-contra plano nada clarividente, para jugar con la confusión del espectador. Incluso la cinta puede hasta dialogar con otra película con presencia en el Festival, La piedad (Eduardo Casanova, España, 2022), por esa relación enfermiza, hasta bien entrada la edad adulta, de la madre con su hijo/a.

Si bien la cinta, en su propio sonambulismo, parece contagiarse de esta confusión a la hora de narrar, perdiendo la voluntariedad lineal, para convertirse en algo parecido a un cubo de Rubik en el que cada escena fuese un cuadrado y se pudiese mover y montar en cualquier dirección. La hija, guionista de cine de profesión, parece que es la que realmente escribe el film que vemos, y en donde expone y expía su propio dolor. La niebla que rodea un hotel; un hotel que encapsula una persona; una persona que reescribe su propia historia. Mundos dentro de mundos, pero a los que no termina de llegar la luz exterior. Aunque quizás esto sea el mayor logro del film, pues el terror y los sueños, ni deben ni pueden ser explicados.

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