‘Rodeo’: la agresividad de invadir espacios masculinos

Andrea Villalón Paredes / 06.11.2022

«Nada podía ser peor que quedarme en mi habitación, lejos de la vida cuando pasaban tantas cosas afuera. Así que seguí llegando a ciudades donde no conocía a nadie, seguí quedándome sola en las estaciones hasta el cierre para pasar la noche ahí, o durmiendo en las alamedas de edificios esperando el tren del día siguiente. Seguí actuando como si no fuera una chica. Y si nunca más fui violada, me arriesgué a serlo cien veces después, tan sólo al estar mucho afuera. Lo que viví, en aquella época, con aquella edad, era irreemplazable, mucho más intenso que encerrarme en el colegio para aprender la docilidad, o que quedarme en casa leyendo revistas. Eran los mejores años de mi vida, los más instructivos y atronadores, y todas las mierdas que vinieron con ellos, encontré los recursos para vivirlas» — Virginie Despentes, Teoría King Kong. 

El filme de Lola Quivoron nos pone en la piel de Julia, una mujer al principio de sus veinte. Los problemas en casa y lo que se considera “una vida digna” aburren a Julia a más no poder. Reniega a una dignificación a través del trabajo, para ella la libertad reside encima de una moto y para ello se las roba a los burgueses. Este motto de vida, hace que se cruce con una banda de la que intentará formar parte a toda costa.

Virginie Despentes en su libro Teoría King Kong menciona como las agresiones que sufrimos las mujeres son una respuesta al estar invadiendo territorios que no son nuestros. Cómo un no vengas tarde, vaya que te pase algo, en realidad es un no invadas el mundo de los hombres, porque tendrá consecuencias. Rodeo muestra justamente eso. Julia es una persona solitaria porque su rol no encaja con lo socialmente establecido, lo doméstico, asignado para las mujeres, se le queda pequeño y el mundo de los hombres le parece realmente ridículo. La hostilidad de algunos de los miembros hacia Julia viene por esto; su presencia molesta porque representa una amenaza para los valores de la fraternidad y masculinidad. La respuesta es clara: agresividad. No obstante, lo revolucionario del filme no reside en esto, sino en cómo se trata la materia. Mientras que otros cineastas hubieran optado por el dramatismo de la frustración por “no encajar”, Quivoron opta por el “me da igual”. Julia no contesta a las agresiones verbales de manera equitativa, pasa de ellas, incluso cuando busca acción de venganza, pasa a ser algo que llega a estar en tercer plano y de lo que se libra fácilmente. Un insulto pasa a ser un cumplido, porque es terreno que se le está ganando al opresor. Para que te puedan insultar por tu identidad, tienes que estar en zona hostil y si te insultan es porque te han identificado como amenaza. Esto lo comprobamos en cómo el único insulto que afecta verdaderamente a Julia viene de una mujer.

La sororidad pasa a ser algo fundamental para la protagonista, cuando conoce a Ophélie su reacción no es hostilidad, molestia o rechazo, sino que desde el primer momento intenta ayudarle y entender su situación. Esta relación es la que más se puede analizar, podemos hablar de empatía entre mujeres, pero también del papel de heroína que adopta Julie, semejante al de las películas clásicas, donde aparece un hombre con mejores valores que el otro al que estaba comprometida y este acaba conquistando a la dama. También podemos hablar de la conexión que siente con el hijo de Ophélie, debido al trasfondo del personaje de Julia, es muy probable que también se compadeciera de su situación. Formando un círculo perfecto entre el feminismo, las relaciones sáficas y la similitud de opresión que comparten los niños y mujeres.

Lo único que no encaja del filme es la parte onírica. Parece tener mucho significado, pero se acaba dejando a un lado hasta olvidarse de ello. Quizás esto haga que flaquee un poco el nudo de la película, el primer y el tercer acto le hacen muchísima sombra al planteamiento del problema. A esto se le suma la manera en la que cierra la película, un poco abrupta, dejando la sensación de que fue improvisado o no sabían muy bien como llegar ahí.

Rodeo es una película dinámica, el intercalado entre las escenas de motoristas y el peso dramático está buenamente equilibrado. Aunque flaquea en ciertas partes a nivel narrativo, el mensaje que Lola Quivoron quiere dar, en contraposición a la muestra de la agresividad, es sutil, pero a la vez, explícito, dejando que el corazón de la película se abra para aquellos que verdaderamente están mirando.

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