Mario C. Gentil / 18.11.2022
Presentada a Sección Oficial a concurso durante el Festival de Cine Europeo de Sevilla, entender el contexto del que nace esta película es difícil para las personas no oriundas de Italia y que no conocen a Vera como celebridad (por ser la hija del famoso actor de cine clásico Giuliano Gemma). Una mujer ya pasados los cincuenta años a la que la fama involuntaria le ha dado privilegios, pero a la vez le ha mostrado, con el añadido de ser mujer, la doble cara que conlleva ser conocida; donde el respeto se respira más por el apellido que por el valor propio de la persona. Pero puede que la película gane incluso más si uno desconoce por completo a Vera, pues el personaje es retratado con una dignidad que conmueve sin necesidad del contraste con su lado televisivo y público. Brotan varias cosas a partir de ahí, pero es Vera, pretendidamente o no por sus directoras (Tizza Covi, Rainer Frimmel), el centro y fin de la película.
Vera, es una obra de ficción, pero que se mueve en esa delgadísima línea con el documental. Incluso, hay esa veracidad (“Vera”: “verdadera” en italiano), esa autenticidad errática que la emparentan con los vídeos caseros, que rescatan costumbrismo a la vez que salvan momentos reales. Partiendo de este personaje tan realista y riquísimo, las cineastas ¿o más bien la propia Vera?, nos van conduciendo a través de su personalidad por las calles de Roma. Hay siempre en la capital italiana este ambiente eterno de decadencia para las que estas historias de ídolos caídos son un marco inmejorable. Es en sus caminos, en los vínculos que crea, en los compromisos que establece, donde siempre poniendo su corazón en juego, exploramos su auténtico ser. Casi podría decirse que es una película ontológica, donde la verdad del ser supera apariencia, forma y nombre (en este caso apellidos). Para ello Covi y Frimmel nos hacen este retrato acercándose al neorrealismo, pues también entran, o más bien siguen a Vera por los suburbios romanos, donde su naturaleza, y sobre todo su sentido del honor le conducen, a sabiendas de que todo va a seguir yendo cuesta abajo, como toda su vida parece haber ido desde la adolescencia. Es una cinta donde reina el silencio y el sonido diegético, y donde hay más previsión de la que el carácter casi documental acostumbra, pero sin perturbar en ningún momento el naturalismo, sin invadir los espacios que Vera se crea (a propósito de esto, hay sucesos de la vida real de la protagonista que son utilizados como inspiración para diferentes sucesos del metraje).
La cinta es un prodigio de transparencia; un deprimente retrato y reflexión sobre la fama, sobre los ídolos del mundo del espectáculo, sobre el propio cine, y sobre los papeles secundarios; no de los actores, sino de los familiares de las estrellas. Desde ese magnífico casi soliloquio inicial en la tienda, hasta la sublime escena frente a la tumba del hijo de Goethe (con cameo de Asia Argento, hija del cineasta Darío Argento), la película respira una dignidad que eleva el cine cuando es captado y realizado con una total sinceridad y verismo, que suele ser la mayor de las elegancias, y que proyecta el máximo respeto.
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