‘Le pharaon, le sauvage et la princesse’: cine ligado a su historia, a la historia, a las historias

Fotograma de Le pharaon, le sauvage et la princesse (2022).

Mario C. Gentil / 13.11.2022

Hay obras que, aparte de insuflar dosis de alegría, hace que la gente reviva experiencias que ya creían muertas por estar demasiado asociadas a la infancia; o más bien porque la adultez no deja disfrutar de la perenne dosis de infantilismo (léase con una connotación positiva de la palabra) que toda persona posee hasta que su vida se apaga. Mediante un acto de atracción lumínica, Michel Ocelot no solo hace que renazcan partes nuestras que ya están marchitas, sino que incluso revive el arte de civilizaciones muertas, dándole una vida que ni los museos de arte pueden siquiera rescatar. En un colorido tríptico, Michel Ocelot nos estructura Le pharaon, le sauvage et la princesse (Francia, 2022), una obra compuesta por tres cuentos, para todos los públicos, que ha tenido su premieré nacional en el Festival de Cine Europeo de Sevilla.

El cine de animación del francés nos remite siempre, por su estilo de dibujos siluetados, y por ese aroma de relato universal, a Lotte Reiniger, directora que dio inicio al género hace ya más de cien años, y que tuvo en Las aventuras del príncipe Achmed (Die Abenteuer Des Prinzen Achmed, Alemania, 1926), su mejor pieza. Pero no solo en su género muestra esta película conexiones con la historia del cine en sus orígenes, sino que también aparecen reminiscencias de una de las obras pioneras del séptimo arte: Intolerancia (Intolerance, D.W. Griffith, EE.UU. 1916), pues valiéndose de varias historias, en diferentes épocas y naciones, nos cuentan unos mensajes comunes, de similares fondos, atemporales y universales.

Fotograma de Le pharaon, le sauvage et la princesse (2022).

Para ello, Ocelot adapta su animación al arte de cada época que se nos ambienta, que van muy en consonancia con la esencia y estilo pictórico del director. En las dos primeras, la bidimensionalidad características del arte egipcio y del gótico deja paso a una no muy marcada tridimensionalidad, pero que rompe un tanto esa planitud de formas, impidiendo que la correlación que hay en los relatos sea totalmente simétrica en su apartado visual, como sí que la hay en lo temático. Pero, en cualquier caso, hay que destacar el prodigioso trabajo de dirección artística, con una fidelidad a la historia del arte, que tiene en el relato del antiguo Egipto su mayor logro, con una pieza que rescata en su más vívido color, casi como nunca se ha podido ver realmente desde entonces, la iconografía del país africano; a la vez que nos da una condensación de su historia y una fantasiosa versión de su proceso unificador, en un relato que posee el plus de ser introductorio para quien no esté versado en esta anciana civilización. El cuento medieval, que bebe de la mitología de Robin Hood, trae ecos estilísticos de La bella durmiente (Disney’s Sleeping Beauty, Clyde Geromi, EE.UU., 1959), mientras que el último relato no puede sino emparentarse con una historia de Las mil y una noches.

Lo que las une, como fondo, es un modo de proceder común de sus protagonistas; héroes, con los que lo épico está asociado a la conquista pacífica, sin derramamiento de sangre, donde el perdón prevalece, y donde el amor romántico es el verdadero late motiv, mucho más que la aparente recompensa. No se puede obviar que son historias de tradición masculina, pero sanas, renovadas en lo que conllevan de clichés clásicos, con un toque moderno que no trastoca su esencia universal. Una cinta que no perderá mucho con el paso de los años. Y… ¡ay! qué armoniosamente encajaría todo si se hubiese escogido un estilo de cartelería art nouveau para cerrar el tercer acto.

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