‘Babylon’: desenfreno absoluto en la gran pantalla

Andrea Villalón Paredes // 21.01.2023

En 1920, Los Ángeles comenzaría a presenciar un movimiento que revolucionaría la historia de la localidad para siempre. Los estudios cinematográficos se movieron de Nueva York a Hollywood. Una industria empezaba a crecer de manera descontrolada a la par que los propios inventos tecnológicos que la creaban. Babylon narra cómo se incorporó el sonido en el cine clásico estadounidense y todo lo que supuso para los actores, directores, productores y ejecutivos.

No voy a mentir, las dos primeras horas del filme son una auténtica locura que, instantáneamente, justifican el presupuesto del filme. Planos secuencias donde no cabe ni un solo alfiler; una puesta en escena totalmente macabra; los personajes se mueven de un lado para otro a un ritmo desenfrenado, en cada parte del encuadre hay una acción, da igual donde mires, si parpadeas dos veces te pierdes algo. Es totalmente exagerado. Del interior se pasa al exterior, al estilo de La noche americana (1973) de Truffaut, se nos muestra un rodaje donde no existe modestia alguna. En mitad de un desierto, todo se llena de extras para conseguir una escena totalmente banal, pero intensa, que no tiene que envidiarle nada a la inmensidad de cualquier película bélica. Si algún sustantivo para describir esto es «derroche«, en el buen sentido de la palabra.

Los personajes son fantásticos, cada uno de ellos se compaginan y a la vez se contraponen. Todos son iguales, pero, a la vez, diferentes. Margot Robbie brilla como nunca en esta película, no ha tenido nada similar desde que hizo Yo, Tonya. Su rango es completamente bestial, desde bailar, llorar, reír… no hay nada que Robbie deje atrás. Es una auténtica locura. A esto se le suma Diego Calva en una interpretación excelente, que acompaña al personaje de Robbie en el caos absoluto. 

Todo este inicio frenético está justificado en lo que era el Hollywood de en los años 20, que marcarían una cultura de excesos que sigue continuando a día de hoy. No obstante, todo el ritmo del filme se frena cuando se empieza a indagar en el cine sonoro. Toda estabilidad empieza a tambalearse; quien era una estrella, podría dejar de serlo en menos de tres días de rodaje. También en el subtexto de Babylon enseña cómo desaparecieron las mujeres directoras con el comienzo del cine sonoro. Los cargos importantes dejan de existir para las mujeres en la industria del cine estadounidense hasta prácticamente los años 50. Llegado a este punto, el filme se hace un poco pesado porque deja de tener el dinamismo que tenía; los planos son más comunes en cuanto lenguaje cinematográfico, no hay tanta coreografía y la historia la hemos visto millones de veces: alguien que está en la cima cae directo de ella para ser la sombra de lo que un día fueron. Por lo que se hace algo redundante en torno a su tercer acto. Aun así, consigue tener un clímax decente y un final excelente, que merecen la pena ver en la gran pantalla. No lo digo por cumplir, honestamente pienso que está diseñado para ello.

Babylon es algo más que una recreación del Hollywood de los años 20. Los mismos hermanos Lumière dijeron que el cine era un invento sin futuro y desde aquel entonces, lustro tras lustro, se ha demostrado que no tenían razón. Los finales de los años 20 supuso para muchas personas de la industria cinematográfica un punto final a su carrera y para lo que ellos consideraban cine, pero este ha seguido avanzando: el sonido, el color, las cámaras digitales, la animación 3D, los efectos especiales, el motion capture… el cine de los años 20 “está muerto”, al igual que el de sus posteriores eras (paradójico, porque películas como esta e, incluso, los visionados actuales los reviven), pero a su costa ha renacido otro cine, tanto tecnológico, como temático. Durante la última década hemos oído a miles de cineastas y personas afirmar que el cine está muerto, pero lo que está muriendo es lo que nosotros conocemos por cine. El medio se volverá a reinventar y seguirá funcionando, gústenos menos o más. Este filme nos pone en esa situación, de cierta manera somos como sus personajes: no tenemos control alguno sobre el cambio que está sucediendo y nos abrazamos a nuestra idea de cine que reside en las salas; luchamos por ellas y lo que significan, pero es inevitable ver cómo se reforman, se hacen más pequeñas, ofrecen menos sesiones y otras tienen que cerrar. Babylon es, a la vez, una carta de amor y una nota de suicidio para el cine.

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