Andrea Villalón Paredes / 01.05.2022
En la pequeña población de Alcarràs vive la familia Solé, que durante varias generaciones ha vivido de la agricultura, concretamente, de los melocotoneros. Un día reciben la noticia de que deberán desalojar las tierras en ese mismo verano y es aquí cuando conocemos a sus personajes y la relación que mantienen con este lugar que les une.
El último filme de Carla Simón es soberbio en todos los aspectos, desde el visual hasta la construcción del pequeño mundo personal de cada individuo en el que la cámara se apoya. Todos sus personajes son diversos y cada uno lidia de una manera diferente con el duelo que supone tener que abandonar algo que forma parte de su identidad.
Similar al cine de Céline Sciamma, el film construye una utopía en la que los personajes conviven, ríen y lloran para después ser arrullados por el entorno que les rodea. El guion se centra en sus personajes e ignora casi completamente las causas externas del conflicto para centrarse en las internas. La atención a cada pieza de la familia, desde los abuelos a los niños, construye lentamente una red de telarañas transgeneracional que es, a la vez, frágil y fuerte. La oposición a buscar una solución para el desahucio deja tiempo a sus personajes para respirar y asimilar lo que pasará y la mirada que se nos muestra es tan íntima, pero a la vez lejana, haciendo una representación concreta del duelo. La cotidianeidad de la imagen es increíblemente bonita y los lazos de los personajes, la complicidad, la enemistad… hace que el filme tenga como resultado los personajes más auténticos y reales que la gran pantalla ha visto en la historia del cine español.
A todo lo anterior se le une un visual, increíblemente potente, una mezcla entre el campo, el desierto y el pueblo. Alcarràs es una película tan cercana, y el diseño de producción de Mónica Bernuy lo demuestra. ¿Cuántas veces hemos visto en el cine a personajes de clase obrera viviendo en casas increíblemente decoradas, con mobiliario que no encaja con su estatus social, ni con el entorno que les rodea, sino que simplemente están ahí por un motivo de estética? Esto no pasa en el filme de Carla Simón. Bernuy demuestra que la estética del entorno no es cosa del dinero y que esta se puede encontrar incluso en lo más mundano. El trabajo de fotografía de Daniela Cajías acompaña al diseño de producción, creando un contraste de colores increíble, el resultado es que cada fotograma de Alcarràs es digno de ser colocado en un museo para ser observado por horas.
En estos últimos años estamos viendo cómo hay «otro cine español», del que Alcarràs, quizás, sea pionero. Uniéndose a este la cineasta Clara Roquet, que en 2021 escribió Costa Brava, Líbano, de temática similar, y que también hizo debut directorial dicho año con Libertad, que tiene ciertos patrones cinematográficos análogos. También es necesario mencionar la importancia de tener un filme en catalán con reconocimiento tanto nacional como internacional, que abre una gran oportunidad para la diversidad lingüística del cine español, que ya lleva guerreando durante años el cine vasco. Personalmente, espero que esto impulse no solo a otros movimientos como cine gallego, sino también a la diversidad de acentos, que se rechace un estándar.
Una cosa está clara, y es que gracias a los trabajos de los relativamente nuevos cineastas, el cine español se está elevando a la altura de otros movimientos artísticos internacionales de los que se había quedado atrás.
Carla Simón no solamente ha hecho una buena película, sino que también es importante para la historia de nuestro cine, ya que dibuja un camino bastante esperanzador de lo que este podría ser. Alcarràs es una película que se tiene que visionar en el cine o arrepentirse después por haberse perdido la experiencia. Recomiendo encarecidamente y enfatizo en que si se tiene la oportunidad, se acuda a las salas de cine. Y llevad a vuestros familiares, os lo agradecerán.
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