Mario C. Gentil / 04.12.2022
Se han realizado muchísimas películas en la historia del cine que versan sobre la amistad; tantas que puede hasta considerarse un subgénero si se reivindica como tal. Pero pocas hay tan duras y devastadoras como la cinta belga de los Dardenne Tori y Lokita (2022). Premiada en Cannes (Premio 75º Aniversario), tuvo su prestreno nacional en España en el Festival de San Sebastián, y también pudimos verla en el Festival de Sevilla donde recibió el Premio del Público. Y es que no es una película de amistad cualquiera, sino un drama en el que la carga política y social que porta es tan potente que la película funde sus dos esencias en una sola como se funden los caminos de dos menores inmigrantes llevados por la necesidad.
Para ello los Dardenne nos sitúan en el punto de vista de ambos, cambiando de uno a otro según el discurrir de la trama. Partimos desde la escena inicial en la que solo vemos a Lokita sufriendo un interrogatorio que casi la criminaliza por buscar asilo legal, pero donde nunca observamos a la entrevistadora, que aparece siempre fuera de campo, ausente, tal y como actúan los gobiernos con estas personas, oprimiendo pasivamente sin un rostro concreto que verdaderamente ponga cara a aquello que dice representar. La cinta es un duro alegato contra la violencia, no solo la evidente ejercida por seres de perversos que aparecerán adelante, que es patente maldad a vista de cualquiera; sino la llevada a cabo por las instituciones y los estados que dejan desamparados a las personas que necesitan ayuda. Con Tori vemos a un niño inteligente por necesidad, que tiene una mente que va más rápida de lo que correspondiera a un chiquillo de su edad, que está en constante movimiento, que casi que da una sensación de vitalidad relacionada con el juego de lo que es en realidad pragmatismo por una cruda supervivencia.
Todo este realismo temático que hay en el filme lo podemos ver en una puesta en escena donde recurrentemente, sin resultar para nada una marca de estilo, la steadycam acompaña ambos personajes en el constante caminar, ya sean por pasillos, calles o bosque, con planos secuencias que se aguantan en el tiempo para que el tiempo real de ciertas escenas subrayen positivamente el realismo intrínseco del relato. Hay a su vez una captación de la mirada mediante los primeros planos con la que la cámara sabe sacar el sufrimiento interior pese a la aparente falta de gesticulación de los protagonistas, que aun sin mirar a cámara, sus ojos nos solicitan como lo hacían los personajes de Botticelli, pidiendo ayuda en secreto pese al mutismo, procesando su propia ruina, su propia cárcel. Y es que esta película no es sino un retrato del destino al que están atados muchos grupos de personas, y en el que Europa es el escenario donde este drama se posibilita y ejecuta.
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