Andrea Villalón Paredes / 11.01.2024
Priscilla es la octava película de Sofia Coppola que sigue en la línea de Marie Antoinette, humanizando un personaje público que no ha tenido una presencia secundaria, basándose en las memorias escritas por Priscilla Presley en 1985 bajo el título Elvis and Me. Coppola llega en el momento indicado, teniendo en cuenta el ruido que hizo hace dos años, el biopic de Elvis dirigido por Baz Luhrmann, donde Austin Butler interpreta a “El Rey del Rock”. En esta ocasión, y como el mismo título del filme indica, Coppola explora la otra cara de la relación amorosa de Priscilla (Cailee Spaeny) y Elvis (Jacob Elordi) que comenzó cuando él tenía 24 y ella 14 años. Por lo que, principalmente, se explora el “grooming” o acoso sexual y corrupción de menores.
Resumidamente, podría ser una las mejores películas de Sofia Coppola, a pesar de las dificultades de la producción; desde el presupuesto hasta la denegación del uso de las canciones de Elvis (a pesar de que Priscilla es productora ejecutiva del filme). El casting, diseño de producción, maquillaje y vestuario, hacen que el filme se eleve a niveles extraordinarios. Jacob Elordi está tan bien caracterizado que da miedo la similitud entre el actor y Elvis. A su misma vez, la diferencia de altura con Spaeny muestra de manera aparente y violenta la diferencia de edad entre ambos personajes. Pese a esto último, anotar que jamás hay un enjuiciamiento moral de lo que pasa en pantalla y queda en manos del espectador decidir qué es lo que piensa.
Sofia Coppola continua con los anacronismos que ya vimos en Marie Antoinette, el uso de la música se basa en un estudio de las eras correspondientes y conecta a los personajes con la identidad cultural del momento y, al mismo tiempo, al espectador con la psique de los personajes. La directora también continua con la temática de Las vírgenes suicidas al explorar cómo es tener un coming out of age un tanto bizarro en el que se ve influenciados la supresión de identidad y una fuerza autoritaria similar a la de dios. El trabajo está tan bien logrado, que en todo momento, tanto el espectador, como el personaje, se encuentran en una situación de desconexión con el materialismo del sitio; en una escena, ya que Priscilla está totalmente aislada del mundo real, intenta hablar con unas secretarias que se encuentran en la oficina de su casa, la carencia de amistad y la solitud se hacen presentes, segundos después aparece un hombre y la echa casi a patadas de la oficina (recalco, en “su” misma casa) adjuntando que allí se va a trabajar… no es solo el sentimiento de “no pertenecer” sino el sentirse varada, como espectadora de su vida con un margen justísimo de lo que puede decidir y recibiendo noticias de Elvis de la misma manera que el público lo hace; a través de revistas o anuncios. De ahí la anterior comparación con dios: Elvis se presenta como algo intermitente, casi abstracto en lo que se debe creer, la verdad absoluta, castigador y a la vez piadoso, y Priscilla, de alguna manera, como la pacificadora de este, todo transcurre a través de una brillante interpretación por parte de ambos actores que se apoyan en la dirección de Coppola.
No obstante, a pesar de mis buenas palabras hacia el filme que definitivamente califico como bueno, hace casi un año, escribí un artículo de opinión en el que hablaba del fetichismo del dolor femenino en los biopics como Spencer (2021), Blonde (2022), Jackie (2016)… y sería hipócrita no señalar que este filme no escapa de eso. Sofia Coppola con Marie Antoinette cambió la manera en la que los biopics sobre mujeres funcionaban, la humanización del personaje, así como pintar a María Antonieta como algo más allá de la vanidad que le rodeaba y justificaba su comportamiento en la contextualización de su misma situación; era algo novedoso por aquellos entonces. Sin embargo, con este último filme es que, tal y como menciono en el artículo, Priscilla es reducida al icono (vestuario, maquillaje y peinado) qué está subyugado a la identidad de Elvis y a lo que sufrió (y también celebró con él).
A pesar de que se basa en el libro escrito por la misma protagonista, falla en recalcar quién es verdaderamente Priscilla, porque no existe tal cosa como la identidad de esta, dos búsquedas de Google muestran que todo su legado ha estado, y está, ligado a la imagen de Elvis, incluso el hecho de que esté produciendo ejecutivamente está película es paradójico porque está ganando dinero con su propio martirio, ya que la película no muestra algo característico o desconocido de su personalidad y se queda en el “sufrí, pero fue bonito”. La humanización de Priscilla no viene en relación con el desarrollo de una identidad, sino del sufrimiento y aislamiento de la protagonista, que solo dejan espacio suficiente para decir “pobrecita”.
Esto hace que el final de la película carezca de sentido y se sienta vacío. No es culpa del guion o de la dirección, sino de las propias circunstancias de la realidad. Mi pregunta para Coppola sería ¿por qué hacer esta película?, ¿qué es lo que aporta de nuevo? Y si la respuesta es “demostrar que Priscilla fue manipulada y abusada sexualmente por Elvis” para mí, no tiene sentido. Tiene que haber algo más que dolor, no podemos ser reducidas solo a eso. ¿Es que las historias de mujeres solo interesan si hay sufrimiento?, ¿por qué la búsqueda de identidad tiene que pasar siempre fuera de la diegética del filme? Tenemos a Ridley Scott modificando la historia para tener a Napoleón metiendo cañonazos a pirámides, pero si eres mujer, tus logros no importan, la única opción que queda es ser martirizada para convertirte en un icono en los pinboards de Pinterest (el equivalente contemporáneo de Juana de Arco). Es como si nuestras historias estuvieran condenadas a reencarnar a la virgen María por el resto de la eternidad.