«Pobrecitas, por lo que tuvieron que pasar…»

Andrea Villalón Paredes / 29.09.2022

Imagina que es 2021, todavía tienes presente a tu madre, que falleció en un accidente en 1997, cuando escuchas que Netflix va a sacar un musical sobre ella. No solo eso, sabes que este año también saldrá una película y hay una serie que también están dramatizando los detalles de su vida. Esto es solo una pincelada de lo que has aguantado durante los últimos 24 años. Lady Di es solo un ejemplo de la obsesión con las figuras (femeninas) de la cultura popular, que ahora se postran como mártires.

Parece que la única manera de reconocer a estos personajes es crear contenido, rozando lo absurdo e invadiendo ciertos aspectos de manera intrusiva, sin el planteamiento de hasta qué punto un personaje público le pertenece a la audiencia y cuando es el momento de parar y dejar que descansen. No obstante, mi intención con este artículo no es reflexionar sobre qué es ilícito o no en un biopic, sino más bien señalar el patrón que hay con los biopics de mujeres.

Mayoritariamente, los hombres disfrutan de biopics que ensalzan acontecimientos históricos y/o los méritos de estos (Malcom X, El juicio de los 7 de Chicago, Judas y el mesías negro…), incluso historias de ascenso y caída (Il Boemo, Toro Salvaje, El Lobo de Wall Street…) o incluso de asesinos seriales, como puede ser la última serie de Netflix basada en Jeffrey Dahmer. Es una extravagancia ver biopics de hombres que se inunden totalmente en la desgracia, para ellos, a pesar del sufrimiento, siempre existe la posibilidad de dejar una moraleja o un logro histórico. Sin embargo, cuando hablamos de biopics de mujeres, esta narrativa cambia totalmente, porque la tendencia es enfocarse en el apartado sentimental y emocional.

La Favorita de Yorgos Lanthimos hace un trabajo espectacular en visibilizar las relaciones sáficas, sobre todo cuando estas se han pasado por alto en la historia. No obstante, la película se reduce al triángulo amoroso de los personajes y lo desquiciada que estaba Ana, olvidando que durante el reinado de esta se consiguió una estabilidad increíble, llegando a unificarse por primera vez Escocia e Inglaterra. Lo mismo pasa con Jackie o Spencer de Pablo Larraín, las protagonistas se reducen a pasar por una tragedia totalmente exagerada y, a veces, ficticia, bañándose en dolor, pasando totalmente por alto sus méritos propios y reduciéndolas a ser una extensión de la persona con la que se casaron. En Frida de Julie Taymor, aunque vemos pinceladas de Frida Kahlo, gran parte del film gira en torno a Diego Rivera, más que en las pinturas de Kahlo. En el otro lado, las recreaciones de hechos históricos, el patrón se repite, lo podemos ver en como de mal se tratan los abusos y acosos sexuales en la película de Bombshell de Jay Roach y en el extremo de esto, la película de Andrew Dominik, Blonde, donde no hay ni un solo momento en el que Marilyn Monroe sea Marilyn Monroe. Simplemente, estamos ante la imagen de la actriz siendo explotada durante las casi tres horas de metraje, en lo que se podría considerar un tradegy porn, donde casi todos los hechos que pasan son ficticios, incluyendo una violación que nunca pasó.

En general, estas películas se caracterizan en que la audiencia se quede al final con esa sensación de “pobrecitas, por lo que tuvieron que pasar…”, en la mejor de las situaciones, y «estaba desquiciada» en la peor de ellas. La admiración, en todo caso, viene por una iconografía un tanto cristiana, a través del dolor y total sometimiento, al final consiguen alcanzar ser santas (¿alguien dijo Benedetta?) y lo sabemos porque cada año sale un libro, un documental, una serie o una película que contiene la verdad verdadera (según el director o autor).

Existen excepciones, sí; para los hombres, ser vulnerables, mientras que para las mujeres, conseguir ser algo más que vulnerables. Quizás es momento que, como audiencia, pidamos algo más ambicioso que «una buena película». Quizás es momento de que pensemos en las repercusiones que tiene alterar ciertos hechos para conseguir contar «una buena historia». Quizás es el momento de dejar descansar a quién le toca descansar. Quizás es el momento de dejar de pensar que las mujeres solo somos traumas y abusos sexuales.

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