Mario C. Gentil / 11.07.2022
Perfect Blue, estrenada en Japón en febrero de 1997, fue el primer largometraje del malogrado director Satoshi Kon, uno de los más afamados cineastas del anime japonés. El que fuera realizador de otras grandes películas del estudio Madhouse como Millenium Actress (2001), Tokyo Godfathers (2003) o Paprika, detective de sueños (2006), y creador de la serie de televisión Paranoia Agent (2004), debutó con este genial y oscurísimo thriller que veinticinco años después sigue teniendo una vigencia total.
Mima es la cantante estrella de un grupo pop. Aconsejada por productores televisivos, deja la música para introducirse en el mundo del cine, que le supondrá un nuevo salto en su carrera. Cuando se compra un ordenador, con la reciente popularización de internet, encuentra una web de un club de fans que sorprendentemente sabe todos los pasos cotidianos que ella realiza, y donde manifiestan comentarios molestos porque haya cambiado de profesión, en los que llegan a amenazarla.
La cinta, con un dibujo representativamente noventero es, a la vez que un muy buen thriller, un drama psicológico bastante duro de ver y que pone en relieve aspectos enfermizos de la sociedad japonesa, pero que a su vez son una radicalización de manifestaciones que podemos observar también en países de occidente.
Se trata la cosificación de la mujer, el machismo, la infantilización de las masas, las prácticas de usar y tirar de los productores para con las estrellas mediáticas, incluso un principio de síndrome de Estocolmo por parte de estos propios jóvenes artistas, o si no al menos, una aceptación sesuda de que el camino a seguir es el ya impuesto socialmente. También trata muy bien el acoso que fans y público en general realizan por internet, llevado al extremo de la obsesión patológica por parte de algunos aficionados mentalmente inestables. Por todo ello hablamos de la actualidad de la película, pues raro es el año que una estrella de pop asiática no se ve avocada al suicidio debido a la voraz presión de la industria que los exprime, o a las críticas sin filtro, acosos y abusos a los que se ven expuestas en redes sociales.
Todo ello se desarrolla en una historia con una narración excelente, un uso del montaje muy atrayente, donde en casi cada transición de escenas hay un encadenado visual o sonoro, y que consigue hacernos dudar con ese doble enfoque, entre realidad y sueño, del que el director siempre solía gustar. No faltan tampoco planos de una composición fotográfica y artística bastante rica.
A su vez, el guion, realizado por Sadayuki Murai y basado en una novela de Yoshikazu Takeuchi, es el otro gran culpable de esta genialidad narrativa, con una trama en la que nos hace dudar de absolutamente todo el mundo, sorpresiva, con giros de guion y en la que se nos muestra una violencia explícita, pero a mi entender necesaria para reflejar el carácter obsceno de esta sociedad. Y como todo buen anime que se precie tiene un hit musical bastante pegadizo y recurrente.
Es por lo tanto una película que no deja muy buen cuerpo, pero a la vez contundente en el mensaje (que tiene mucho mérito por envolvérnoslo en formato thriller) y de muy buena factura en las formas. Tiene una fuerte resonancia en dos películas, una anterior europea y una posterior estadounidense, tanto por el género psicológico, como por la temática artística, y que sería interesante verlas en un ciclo: hablo de Las zapatillas rojas (1948) de Michael Powell y Emeric Pressburguer, y Cisne negro (2010) de Darren Aronofsky.
Perfect Blue es una muy buena animación para adultos, que radiografía los aspectos más oscuros y enfermizos de una cultura que puede ser muy atrayente, pero que su sociedad tiene a su vez algunos de los rasgos inhumanos más agudizados del planeta.