Mario C. Gentil /23.09.2023
Hirokazu Koreeda eleva de nuevo el nivel con su última película, Monster (Kaibutsu, 2023, Japón), tras la decepcionante primera producción coreana (Broker, Beurokeo) del pasado año. Estrenada en España en la sección Perlak del Festival de San Sebastián, la cinta del maestro japonés sigue explorando los lindes entorno a problemáticas de la infancia, en la que residen recurrentemente sus propuestas cinematográficas desde Nadie sabe (Dare mo shiranai, 2003). Lo hace con una obra por momentos misteriosa y sugerente, pero también irregular. La cinta se cimenta en el fuerte esqueleto de su guion (Yuji Sakamoto), que a modo de un ‘Rashomon quirúrjico’ recoge durante un mismo espacio de tiempo tres puntos de vista diferentes: una madre preocupada por el extraño comportamiento de su hijo Minato; el profesor, acusado de maltratar al pequeño; y finalmente, el de un niño aparentemente problemático. Igualmente, la música, aportada por el desaparecido Ryūichi Sakamoto, funciona como otro de los pilares maestros que sustentan la evolución de la obra, canalizando las emociones y los tonos de su tripartita disposición, en ocasiones devorando la propia fuerza de la imagen.
Monster comienza con un primer acto de aire kafkiano, en un drama donde los personajes se presentan absurdos, opacos y misteriosos. Escéptica, irónica y algo marciana, la obertura se despliega como una gran generadora de preguntas que habilita un ancho campo de juego para el espectador, pero que más adelante se le arrebatará a cambio de respuestas. Este arranque es el verdadero oro de la película, que alimenta e incluso hace buenas las partes consecutivas.
El tramo central muta a un enfoque policiaco, con su consecuente cambio de ritmo en imágenes y detalles. Centrándose en el personaje del profesor, la película se abstrae levemente de su núcleo. Monster va a su propia periferia estructural pese a encontrarse abordándose de lleno los interrogantes al principio abiertos. Sin embargo, en su propio juego investigatorio, sigue creando nuevas incógnitas que hacen que la obra nunca parezca agotarse. La música, por consecuencia, de lóbrega varía a tonos más estridentes.
Es en su resolución donde la humanidad termina por imponerse, donde caen los hieráticos perfiles y las herméticas disposiciones japonesas. El indirecto punto de vista de Minato resuelve todas las dudas generadas, quizás arrojando una luz demasiado nítida, que clarifica mucho más la intriga del guion que la sustancia del tema argumental de su potente fondo. La luminosa posición de Koreeda es expuesta con tanta luminosidad que hace que el foco no haga contraste. La constante repetición de momentos transacciona la satisfacción de las explicaciones y el placer de que todo encaje a cambio de un terreno que en un principio pertenecía al espectador. En consecuencia, la música finalmente se vuelve armónica, límpida, acompañadora… y tremendamente ‘sobreexplicativa’.
Koreeda crea una cinta de potente narrativa en la que se atiende a un nuevo aspecto en su filmografía sobre la distancia sideral de la adultez respecto a la niñez. Pero con esta elección de evolución de la puesta en escena, hace que se retuerza más el propio acto cinematográfico que el argumental. Se puede convenir en que es algo disonante que un tema tan humano como el que acaba brotando se trence con un guion de una precisión tan milimétrica. Cuanto menos resulta significativo que a medida que los interrogantes se van cerrando Monster sea bastante menos sugerente que cuando reina el desconcierto.
1 thought on “‘Monster’: del caos al orden”