‘Los Hijos de Otros’ y la crisis de los cuarenta, ¿qué legado estamos dejando?

Andrea Villalón Paredes / 05.11.2022

La vida tiene sus etapas y, cómicamente, parece que a veces vamos muy rápido o, por el contrario, nos estamos quedando atrás, sin la posibilidad de hacer nada, pues no podemos parar el tiempo, ni mucho menos mantenernos en una edad determinada, estamos destinados a observar y adaptarnos lo mejor que podamos a las distintas situaciones. En estos últimos años ha habido algunas historias que han reflejado esto en los coming out of age de adultos y en esta línea es en la que nos sitúa Rebecca Zlotowski.

Une fille facile, el anterior metraje de la directora, contaba ese periodo convulso de la adolescencia, el intentar encontrar un lugar al que pertenecer, la incertidumbre, el no tener una personalidad del todo curtida, el querer una realidad que no es la tuya…  De cierta manera, Les enfants des autres se compagina y se contrapone con esta, al hablar de la adultez. Rachel, una mujer en sus cuarenta, tiene una profesión a la que tiene total vocación, una relación sana con su familia, incluso, con su ex pareja, vive sola, va a clases de guitarra… En general, es una mujer completa, pero ella sigue llevando un vacío desconocido, incierto, una pieza del puzzle que todavía no termina de encajar.

Mientras que en La Peor Persona del Mundo encontramos la crisis del final de los veinte, donde Julie no sabía ni quién era, ni lo que quería hacer. Les enfants des autres nos muestra que los cuarenta es una era también convulsa; mantener un círculo cercano es más difícil debido a lo ajetreada que es la rutina, conocer a un nuevo posible interés amoroso se siente como una aguja en un pajar, la presión de la infertilidad y la amenaza que supone, la incógnita de qué es y a partir de qué se forma una familia. Todo esto sirve para enfatizar el paso y el peso del tiempo que culmina con la presencia de la muerte; las personas que nos crían, se comienzan a hacer mayor, algunas otras ya han fallecido y empiezan a surgir otras que padecen enfermedades terminales, el fin parece acechar en cada esquina recordando que queda poco tiempo y para Rachel esto supone una amenaza, siente que no ha dejado ningún legado, que no ha marcado a alguien como a ella le han marcado sus padres y, por lo tanto, significa estar en el limbo después de muerta, no tener un propósito mayor, vivir para nada. No obstante, la película tiene una bonita contraposición entre el legado de la familia sanguínea y el legado que uno construye con las personas que nos rodean, una experiencia de aprendizaje, porque al final la vida nos somete a un constante proceso de humildad. 

Dentro de todo este caos existencial, Rebecca Zlotowski hace un excelente trabajo representando las relaciones adultas desde la madurez, donde el respeto, la empatía y la compasión son pilares fundamentales. A esto se le suma la manera en la que Zlotowski conecta las interacciones femeninas, donde carece la rivalidad y hay una aparente sororidad.

Les enfants des autres cuestiona lo que significa dejar un legado y, aunque no estés en esta etapa de la vida, reflexiona en aquellos adultos que sin ser familiares han dejado una huella en quienes somos. Porque todos tenemos un profesor, un amigo, una cara conocida, un desconocido, que en algún momento nos cambió la vida.

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