Andrea Villalón Paredes / 25.01.2024
En 2021, Ella Kemp escrbía para Leterboxd el artículo “Careful How You Go”, donde entre los diferentes temas se exploraba cómo visualizar películas que giran en torno a la violencia, concretamente la sexual, cuando uno mismo ha sido víctima de dichas agresiones, ¿cómo reaccionar a una representación de una violación en pantalla?, ¿con qué intención se muestra está brutalidad?, ¿importa en la manera que se explota la imagen y el sonido? Durante las últimas décadas hemos visto muchísimas películas sobre el holocausto, La vida es bella, La lista de Schindler, El pianista, El niño con el pijama de rayas… por mencionar algunas. Todas ellas coinciden en la brutalidad de las imágenes. No obstante, ¿qué es lo que se quiere generar con esto?, ¿es el recurso de sufrimiento, el dolor y la pena, la mejor manera de describir la realidad histórica?, ¿o es una explotación de las mismas a cambio del entretenimiento de la morbosidad de mostrar la crueldad? Es como si necesitáramos contenido explícito para creer que algo pasó de verdad.
Siguiendo a Rudolf Hoss, teniente comandante de la SS (Schutzstaffel), La zona de interés es una película que demuestra cómo representar la violencia y la brutalidad desde la sutileza, pero sin perder lo explícito o la crudeza de los hechos que describe. Se nos presenta una familia alemana de manual, una mujer, un hombre, hijos. Una bonita casa, un jardín y un perro que corretea de arriba para abajo. Los vecinos y familiares que entran de visita. Todo parece normal, si no fuese porque justo al lado de la valla de su jardín tienen el campo de concentración más grande del nazismo y el propio mantenimiento de la casa corre a cargo de los presidiarios.
Durante los 105 minutos que dura el filme, Jonathan Glazer deja claro cómo utilizar el lenguaje visual y no deja que el espectador descanse. Todo el mundo conoce la historia, no hay necesidad de materializar el sufrimiento. Desde fuera del campo se escuchan los gritos, se ve el humo, los tiros, el fuego. La cámara se mueve; todo parece tan lejano, pero a la vez cercano. La deshumanización de no mirar, la imparcialidad y la disociación de los personajes con la violencia que les rodea. Es quizás uno de los mejores filmes de terror, sin llegar a entrar a este género y nunca vende el sufrimiento de otros como recurso de entretenimiento.
El espectador conoce los hechos y esto se posiciona a su favor; el visionado funciona como un puente entre pasado y futuro, y el filme es consciente, de ahí que utilice recursos que también rompen con la diégesis, donde los actos que (no) se muestran en pantalla están siendo condenados y juzgados a mano del espectador. Es someter los hechos a juicio una vez más. En un diálogo de Sandra Hüller, que interpreta el papel de la mujer de Hoss, Hedwig, comenta “…me llama la reina de Auschwitz” y a continuación ríe. Para los personajes que comparten la diégesis histórica del film, esto no significa nada. No obstante, para el espectador, con una diferencia temporal de casi un siglo, siente como las tripas se le revuelven. Esto se repite durante todo el filme a través del reconocimiento de simbología, donde un humo en movimiento automáticamente se entiende como la llegada de más prisioneros y donde el resplandor del fuego, se identifica con las cámaras de gas.
A su misma vez, el filme hace un gran trabajo por mostrar que los nazis son seres humanos y no cae en el cliché de hablar de un ente maligno por naturaleza, sino de alguien que podría ser tu vecino. Hoss no es una persona violenta con su familia, ni sus conocidos. Dentro de lo que cabe, es, aparentemente, un hombre corriente y esto es lo terrorífico; que este tipo de violencia y odio pudiera ser invisible.
La zona de interés llega en el momento indicado, justo cuando el genocidio del pueblo palestino se está televisando, explotando las imágenes violentas y morbosas que se encuentran por todos lados que no precisamente consiguen sensibilizar, sino más bien lo contrario. Israel desplaza a los locales de sus lugares de residencia, ocupan y exterminan, construyendo el mismo muro de insensibilidad y normalizando un exterminio, mientras el resto del mundo observa con la impotencia de no poder hacer nada en el juego de las élites políticas.
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