Andrea Villalón Paredes / 18.02.2023
En una colonia cristiana, un grupo de mujeres se enfrentan a la cruda realidad de que han sido abusadas sexualmente por los hombres de esta. Ahora deben decidir cómo lidiar con ello de la mejor manera.
Durante los últimos cinco años la industria cinematográfica, sobre todo Hollywood, se ha obsesionado en visibilizar los problemas sociales de las mujeres, a veces, no de la mejor manera. Películas cómo Una Joven Prometedora fallaba en dejar la resolución del problema en manos del sistema de justicia, además de afirmar que para conseguir justicia se tenía que pagar el absurdo precio de morir. Men usaba la opresión sistemática de las mujeres para convertirla en una película terror que ni siquiera rozaba la raíz del problema y se quedaba en lo performativo. Otras películas, como Bombshell, denunciaban el acoso sexual que sufrían las trabajadoras de la cadena televisiva Fox, no acertando en el enfoque de la narrativa y quedándose en un cuento de feminismo neoliberal. Al Descubierto contaba la trama de corrupción detrás de Harvey Weinstein, ¿verdaderamente algo tan reciente necesitaba este tipo de dramatización y comercialización?, ¿por qué no optar por otro formato? Se puede afirmar que es una minoría las películas que consiguen enfocar los problemas y opresiones de las mujeres de manera correcta, y entre esta minoría se encuentra Ellas hablan, que consigue hacerlo de una manera espectacular.
Con una paleta de colores apagados, una puesta en escena sencilla y las mejores interpretaciones que he visto en lo que llevamos de 2023. Ellas hablan es capaz de mostrar cómo de opresor es el lugar en el que transcurre. La libertad de las mujeres centrales del filme se reduce a un pequeño espacio temporal, que, aun así, se ve amenazado constantemente por los eventos que transcurren, dando la sensación de que en cualquier momento todo podría salir mal.
De manera similar a 12 Hombres sin piedad, un grupo de mujeres se reúne en un granero para discutir y decidir qué hacer. Esta son las partes más interesantes del filme porque aunque son todo diálogos, el guion es brutal, plantea dudas filosóficas y muestra cómo de importante es estar organizadas. Una referencia a las olas anteriores de feminismos que ejercían una enorme presión social y conseguían mover montañas porque se organizaban; se reunían, dialogaban, ponían cosas en común, sugerían maneras de actuar, etc. Visualizando el filme, pensaba en cómo nuestra generación se enfrentan a una sociedad cada vez más individualista, donde es más difícil que surjan estos grupos, el feminismo ha pasado de ser algo que se transmite colectivamente a algo que se hace en solitario: estar al día, leer, informarse… esto supone un problema, si tenemos que enfrentarnos a algo que nos afecta colectivamente, ¿cómo vamos a atacarlo de manera individual?, ¿cómo vamos a ayudar a las que no pueden entender qué les pasa? Tenemos que hacer algo más que repostear en redes sociales, tenemos que buscar la comunidad donde se vocalice, se escuche y se faciliten herramientas para ganar perspectivas y consciencia, resumido brevemente: la capacidad de empatizar con las demás.
Para las generaciones de internet es muy fácil ser conscientes de que existen problemas sistemáticos. La accesibilidad a la información y el uso de las plataformas sociales para denunciar problemas, hace imposible mantenerse al margen de estos. Además, la web nos ha ayudado a tener herramientas educativas para formarnos y poner nombre a lo que vemos, oímos e incluso nos pasa. El filme de Sarah Polley pretende enfocar el problema en el extremo donde no solo no existen tales herramientas, sino que se capa a las mujeres de poder acceder a ellas desde el analfabetismo. Aunque muchos espectadores pueden quedarse dentro del encuadre del filme; en ese mundo diegético, donde solo son las mujeres que están aisladas en una colonia religiosa, invito a que se mire con retrospectiva en la realidad. En España, sin ir más lejos, mucha de las generaciones anteriores a nosotros no solo no tenían acceso a algo como internet, sino que también era inaccesible la educación superior. Si miramos aún más atrás, en plena dictadura fascista, el nivel de analfabetismo en la población era preocupante. Ellas hablan no es solo una película que se centre en focalizar el problema de las mujeres actualmente a través de una hipérbole, sino que hace un llamado a empatizar con las generaciones anteriores de mujeres (o incluso las actuales, donde las instituciones no les permiten formarse), y entender cómo debe ser para ellas estar en una situación tan violenta sin las herramientas adecuadas para afrontarlas, o incluso cómo se enfrentan y vocalizan una opresión sistemática, como casarse o tener hijos por normativa social y no por voluntad, cuando nunca se han formado en cuestiones de género.
Una de las cosas más fascinantes es cómo de violento es el filme “sin mostrar nada”. Muchas veces, cuando se tratan estos temas en el cine, se recurre al fetichismo de la violencia, sobre todo con tropos como el rape revenge, donde se hace a la protagonista (y a la audiencia) víctima de una violación, donde el sufrimiento roza el morbo y la escopofilia, cayendo en la narrativa de “es que si no hay pruebas, si no se ve la agresión sexual, ¿cómo va a creer el espectador que verdaderamente ha pasado?, ¿cómo va a saber la agonía y el sufrimiento por el que ha pasado la(s) protagonista(s)?”. En Ellas hablan este nunca es el caso, los abusos no son algo estético con lo que se puede jugar, en pantalla siempre se muestran las consecuencias y el espectador cree a la víctima, no hay otra opción.
Otra intertextualidad que esta película presenta es la antropología cultural con La cinta blanca de Michael Haneke. Ambas películas exploran la respuesta a los problemas según lo transmitido socialmente en un entorno religioso. Mientras que la cinta de Haneke explora cómo se crea una nueva generación de opresores, la cinta de Polley pregunta cómo reaccionan las víctimas dentro de la fe que durante generaciones les ha dicho que deben ser pasivas, poner la otra mejilla y sobre todo no ser violentas. El intento de esto último se descarta tan rápido con “no se puede responder a la violencia con violencia” y “es mejor perdonar, que vengarse”, esta respuesta está arraigada a la cultura religiosa y la sociedad patriarcal, como explica Virginie Despentes en Teoría King Kong:
Un principio político ancestral, implacable, enseña a las mujeres a no defenderse. Como siempre, doble obligación: hacernos saber que no hay nada tan grave, y al mismo tiempo, que no debemos defendernos, ni vengarnos. Sufrir y no poder hacer nada más. Una espada de Damocles entre las piernas. Pero las mujeres sienten aún la necesidad de afirmar: la violencia no es una solución. Sin embargo, el día que los hombres tengan miedo de que les laceren la polla a golpe de cúter cuando acosen a una chica, seguro que de repente sabrán controlar mejor sus pasiones «masculinas» y comprender lo que quiere decir «no».
La ira femenina no sirve de nada si no se entiende de dónde viene ni cómo aplicarla, de hecho, puede ser autodestructiva. Últimamente, se ha visto en los medios, como en la literatura con Mi Año de Descanso y Relajación, y en el cine con Pearl, la descripción de la tristeza y de lo que popularmente se ha denominado “female rage” en redes sociales. El problema es que estas descripciones nunca tienen el objetivo de entender de dónde viene ese odio y tristeza, ni donde canalizarlo. Es el síndrome de Fleabag, donde se ha dejado atrás la lectura de por qué el personaje es tóxico y cómo termina el arco de redención del mismo y solo se ha quedado la parte caótica. El punto de la segunda temporada de Fleabag es que el personaje entiende lo que le pasa y empieza a sanar su relación con otras mujeres, como su hermana y su madrastra. En el caso de Ellas hablan, se deja que se exprese la ira y se muestra como al entenderla, se puede canalizar en el objetivo específico de la comunidad, sirviendo de herramienta de motivación y justicia
“Pero así es la vida”. ¿Cuántas veces habremos oído esa frase cuando hablamos de un problema estructural? Uno de los criticismos que he visto sobre la película es que las soluciones que se ofrecen no son realistas. Ninguna solución para un problema de calibre similar lo es. En las últimas décadas, se nos está despojando de la imaginación y la creación de utopías. Es más fácil ver el fin del mundo que el del capitalismo, el racismo, la homofobia o la misoginia. La película abre diciendo “What follows is an act of female imagination” (lo que sigue es trabajo de la imaginación femenina). ¿Por qué entonces se nos quiere privar de ello? ¿Por qué en una ficción algo tiene que ser realista? El acto más violento es no poder pensar en una alternativa y sucumbir al “así es la vida”. Si nunca nadie hubiera imaginado un mundo mejor, nunca hubiéramos conseguido los derechos que ahora tenemos.
Por último, quería hacer un breve apunte sobre el personaje de August sin entrar en materia de spoilers. Aunque es un personaje secundario y puede parecer irrelevante, su personaje es una muestra de cómo afectan los roles de género y el sistema patriarcal a los hombres que no encajan en la definición de masculinidad.
En resumen, Ellas hablan pertenece a la minoría de cintas que tratan los problemas sociales de manera correcta. Es una hipérbole de la opresión de las mujeres que reflexiona desde la mirada femenina en la complejidad del asunto, tratándolo desde diferentes temáticas como la pasividad, las consecuencias, la violencia, la rabia, la tristeza y la negación, donde el entendimiento y la empatía son fundamentales para el funcionamiento tanto del guión literario, como del mismo filme. Esto sucede gracias a los maravillosos diálogos de Sarah Polley y las interpretaciones, que hacen que el filme sea, a la vez, tanto desolador, como esperanzador.