Andrea Villalón Paredes // 23.07.22
Es innegable que nuestra sociedad ha avanzado. Un antiguo sketch de comedia titulado Mi marido me pega, que ridiculizaba la violencia machista, ahora nos hace llevarnos las manos a la cabeza. La nueva oleada de feminismo ha planteado conversaciones que van desde la menstruación hasta el entorno laboral. Si miramos la industria cinematográfica podemos ver dichos avances: la representación en la gran pantalla de la mujer, la accesibilidad de los puestos de trabajo, así cómo el reconocimiento, y el acoso sexual en el entorno laboral, entre otros. Estas conversaciones traen consigo un notable progreso y unas consecuencias en nuestra sociedad. Lo que antes era normal, ahora no lo es. Nos vemos obligados a revisar nuestro comportamiento, aceptamos el progreso o negamos de él. Es aquí cuando entra en juego el verdadero significado de ser políticamente correcto.
Cuando se menciona que una persona es políticamente correcta, probablemente se piense en alguien a quien no le gusta el humor negro y está al día con las políticas progresistas. No obstante, traigo una «nueva» definición más acertada y que no se trata de qué o quién es el sujeto de una broma o qué se puede decir y qué no. Ser políticamente correcto consiste en enmascarar unas ideologías conservadoras u opresoras con otras progresistas para evitar ser descubierto. Esto se da porque la ética de la sociedad entra en contraposición con las del individuo. Un hombre que agrede a su mujer no lo va a reconocer. Un jefe que paga menos a las mujeres, tampoco lo admitirá. Cuando presumen de que son exactamente lo contrario: ayudo a mi mujer en casa, mi empresa está formada mayoritariamente por mujeres… son personas políticamente correctas, que por miedo a que se descubra su verdadera identidad, eligen ser artificialmente progresistas, dificultando la labor de identificar al opresor. Esto es lo que he sentido al ver Men: un ejercicio de entender la violencia hacia las mujeres, pero desde lo políticamente correcto.
Men es una película que nos sitúa en la experiencia agonizante de ser mujer, concretamente en la de su protagonista, Harper. Esta se ve obligada a enfrentarse a la claustrofóbica presencia de los hombres y a un pasado que la atormenta, llegando a rozar el body horror y la ciencia ficción.
Lo mejor del film reside en su actriz principal, Jessie Buckley (Estoy Pensando en Dejarlo), que es el pilar de la narrativa. Sin la actuación de Buckley, la película siquiera es aceptable. Es la única razón por la que merece la pena ir a verla. Sobre todo, si se ha disfrutado del trabajo previo de la actriz. Aquí acaba lo bueno.
Da la sensación de que Alex Garland (Ex Machina, Aniquilación) solo concibe la idea de mujer si va ligado de tortura y sufrimiento. Es una película que intenta hacer hincapié en cómo las mujeres sufrimos a manos del patriarcado, sin embargo, su interés por la violencia hacia las mujeres no es genuino, sino que, más bien, va buscando el morbo del sufrimiento. Parece una película fetichista que goza con ver a una mujer llorar, gritar y desesperarse, empujarla hasta el límite solo para el goce del terror, consiguiendo posicionarse a favor de las posturas que intentaba rechazar. Siento que esta es la película que haría un hombre «aliado» que en realidad es ajeno a toda opresión sistemática de la mujer.
Viendo la película, no pude parar de pensar en cómo el film tuvo la clave para hacer una película de terror que tratase el tema que quería de manera más acertada. Lo terrorífico del film de Garland está en las microagresiones que sufre Harper y no en la violencia explícita. Todo el mundo sabemos que perseguir, acosar, abusar y agredir está mal, pero que un hombre disfrace de cordialidad el percibir a una mujer como algo inferior y frágil, es un concepto igual de terrorífico, que para muchos, puede pasar desapercibido y que merecía explorarse más.
Resumido brevemente, Men nos brinda otra genial actuación de Jessie Buckley, arranca con una premisa muy fuerte y se hunde en las falsas intenciones de lo políticamente correcto. Sin embargo, y paradójicamente, el visionado de la película es útil para identificar si lo que vemos en pantalla nos parece una buena representación de los abusos y opresiones que sufren las mujeres o, por el contrario, se queda en algo superficial y estético que roza la banalidad.
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