Andrea Villalón Paredes / 12.11.2022
Seré la primera en reivindicar que las historias de sufrimiento sobre minorías sobran. En el caso del colectivo LGTBI+, la mayoría de nuestra representación se ve mermada a las dificultades para descubrir nuestra identidad, salir del armario, la represión o la internalización de la homofobia y/o transfobia… El problema parte de que nunca se hace con la intención de que el colectivo se vea visibilizado, sino que, mayoritariamente, tiene la intención de educar a los que no saben sobre la materia o, en el peor de los casos, hacerles sentir bien por no formar parte de dicha opresión. Blue Jean se encuentra en el aspecto opuesto de esto.
1988, durante el gobierno de Margaret Thatcher, se promulga la Sección 28, que prohíbe “promover intencionalmente la homosexualidad, publicar material con la intención de promover la homosexualidad y promover la enseñanza en cualquier escuela subvencionada de la aceptabilidad de la homosexualidad como una supuesta relación familiar”. En este contexto nos encontramos con Jean, una profesora de gimnasia, lesbiana y con pareja, pero que, no obstante, sigue dentro del armario para poder mantener su vida y puesto de trabajo. La promulgación de esta ley hace que su entorno se vuelva considerablemente hostil, puesto que abre la puerta al debate y comentarios desafortunados. Para colmo, una de las alumnas de Jean comienza a frecuentar el bar lésbico al que iba con su pareja y amigas, creando una situación de alerta constante, que roza la paranoia, donde el miedo y la homofobia juegan un papel importantísimo.
Otras películas, como Close, explotan el sufrimiento del colectivo, se apropian de un lenguaje, únicamente para el beneficio del drama. Lo que Georgia Oakley propone es utilizar un contexto dramático para visibilizar una etapa histórica. El filme no se hunde nunca en la desgracia absoluta, es más complejo; hay un balance entre las situaciones difíciles y los momentos de felicidad del personaje. Pero lo que verdaderamente diferencia a esta película es la diversidad de la escena en la que se desarrolla, mujeres blancas, racializadas, delgadas, gordas, con pelo corto, con pelo largo, masculinas, femeninas… Es la primera película que he visto que retrata tan bien la cultura lésbica; los bares y los encuentros, ahora ya extintos; los cuartos de baño, las duchas, la música e incluso la literatura cuando mencionan El Pozo de la Soledad de Radclyffe Hall. Todo esto colma con la actuación de Rosy McEwen, que absolutamente devora el papel de Jean, brindando una actuación totalmente real que desprende simpatía y expresividad hacia la situación que se nos muestra. Sin ella, la película carecería de significado porque requiere que el público conecte con el personaje y su situación.
Blue Jean no es una película que intente educar a los heterosexuales sobre lo malo que es la homofobia o la represión que teníamos (y tenemos) que aguantar. Es una película que usa los códigos conocidos por las lesbianas para enseñarnos una pieza de nuestra historia y el impacto que tuvo en la comunidad. Una película que se diferencia del resto por su diversidad, que gira en torno a la mirada femenina, que tiene cosas nuevas que aportar y que se suma a la posibilidad de hacer cine lésbico para las lesbianas.
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