Mario C. Gentil / 06.12.2022
Abrázame fuerte (Mathieu Amalric, 2021, Francia), que pudimos ver en la Sección Nuevas Olas del Festival de Sevilla, es una cinta íntima, que pese a la exposición de un drama demoledor se muestra con la mayor de las sutilezas. Una sorpresa poética, respetuosa, y que explora la pérdida, la manera de afrontarla, el sentimiento de culpa y abandono; hasta la propia manipulación natural y humana ante el shock de un suceso que le quita el sentido armado a nuestra vida. Pero aun por encima de todo, es una película que gracias a su forma eleva el contenido de la propuesta.
Vicky Krieps, protagonista en estado de gracia, es una madre a la que la culpa le corroe, que coge el coche y abandona, sin atisbo de volver, a su familia; o así nos lo cuenta. La mirada, aunque parezca escaparse numerosas veces de la protagonista, es una bella irrealidad, pues en ningún momento perdemos su punto de vista: todo es un proceso mental convertido en imágenes. Para ello utiliza un montaje que aborda la duda, que se asemeja a los recuerdos, que tiene una similitud con la creación del pensamiento; y es que, con el cambio de los planos, e incluso de las escenas, el eco sonoro de lo que visualmente acabamos de abandonar sigue estando presente, no dejándonos escapar de una escena cuando pasamos a otra. Todo tiene aquí un sentido de recuerdo y de la manera en la que el ser humano se habla en la añoranza, en la pena, en el abandono, en el puro dolor del que no se puede huir. El juego de confusión de personajes, la no linealidad temporal, la utilización de la voz en off, la música, los encadenados visuales que no conectan con lo sonoro… todos estos elementos que cabalgan entre escenas, que no tienen un corte coordinado convencional en el proceso de edición, hace material lo emocional, fáctico el trauma, comunicativo lo a veces insondable.
Además de este gran logro formal, la cinta francesa hace algo narrativamente prodigioso: dar un giro de guion sin la mínima perdida de cadencia. Pese a la sorpresa puntual (ameritada también por la construcción anterior), la película no cambia ni una nota del tono, manteniendo lo etéreo de la propuesta pese a su conjunción con una realidad que se hace todavía más devastadora. Todo esto hace que la obra de Mathieu Amalric dialogue con otra de las grandes obras autorales de este año: Un año, una noche de Isaki Lacuesta, aunque en el caso de la propuesta francesa desde un único punto de vista. Pero Abrázame fuerte desecha casi por completo la posibilidad de hablarnos de la cotidianidad, del enfoque de estilo realista (pese a lo profundamente humano de la propuesta), optando por la liviandad expresiva. Hay aquí una suerte de proeza comunicativa, una transmisión mediante el lenguaje cinematográfico de sentimientos difícilmente articulables. Una película que hace poesía del dolor, y que hace del puro pensamiento imágenes.