Clara Tejerina / 21.10.2023
Eco: Sonido lejano que se percibe débil y confuso. Esta es la definición de este efecto sonoro y también, es el nombre de la aldea que da título a la película.
Tatiana Huezo presenta su nuevo documental en la sección Horizontes Latinos en el SSIF 71, una sección que ha dado grandes alegrías en esta nueva edición del festival con apuestas interesantes como Tótem (2023) o Clara se pierde en el bosque (2023).
El Eco es un delicado relato coral centrado en la mirada infantil. Desde el punto de vista de los niños que allí habitan, la directora da forma a esta historia donde las personas conviven con la naturaleza, para ello se apoya en las interacciones que estos niños perciben a través de sus cálidas miradas. Los ojos serán un foco de atención en las imágenes. Unos ojos que también conectan con los de los animales, como la profundidad del primer plano del caballo en los primeros minutos de la película. Los iguala en la pantalla, pues las tierras son de quienes las habitan.
Las vidas de esos niños se propagan en ese valle como el viento que lo azota, en esa estepa aislada es donde se enfrentan a la vida y a la muerte, rodeados de sus mayores, de los animales, y de una naturaleza que es la que pone orden en todo el valle. Una película que muestra el contraste árido entre el hombre y la naturaleza, que se muestra a través de esos grandes planos generales donde los niños, con su pequeña figura quedan diminutos en el plano mientras las montañas lo llenan con sus texturas, cielos y nieblas. A la vez, esta misma naturaleza es amiga, pues es la que les proporciona alimento y les permite vivir. Así, los niños se van formando una imagen del mundo, con sus luces y sus sombras, a través de su comunidad y de ellos mismos, cada uno con sus particulares aspiraciones y querencias.
Explora los espacios como haría previamente en El lugar más pequeño (2011), sin embargo aquí hace una apuesta por lo natural. Deja a un lado la voz en off habitual y permite así que la tierra hable por sí sola. Construye la mirada propia de esta naturaleza salvaje y deja que sea el sonido el que transmita su propio lenguaje. Sigue los instintos y las reacciones inmediatas de estos niños que le dan a la película un pálpito fresco y natural que aporta realismo a sus imágenes. Una película llena de amor hacia la naturaleza, al viento, a los animales, a los niños. Una mirada tierna a estas tierras y los seres que la habitan. Los niños juegan entre ellos con los ojos vendados. Así es como se enfrentan a sus realidades, en las que se encuentran como comunidad, de forma colectiva e individual se enfrentan a la vida y a la muerte por igual. Tatiana Huezo habita este universo con sus texturas tanto visuales como sonoras, respetando el terreno y a sus habitantes y filma una muestra de amor hacia estas tierras.