‘Domingo y la niebla’: Costa Rica se abre paso con un cine local y atípico

Fotograma de ‘Domingo y la niebla’ (2022).

Mario C. Gentil / 18.11.2022

No hace ni dos meses, Tengo sueños eléctricos (Valentina Maruel, Costa Rica, 2022) se hizo con el Premio Horizontes a Mejor Película Latinoamericana en el Festival de San Sebastián. La otra gran obra cinematográfica del año realizada por Costa Rica es Domingo y la niebla (2022), segundo largometraje de Ariel Escalante Meza, y primer cineasta en llevar una película de producción costarricense al Festival de Cannes, donde participó el pasado mayo en la sección Un Certain Regard. Ayer fue prestrenada en el Festival Rizoma que se celebra estos días en Madrid. La cinta, de carácter local, con actores naturales, onírica, con cierto aroma a western tardío, tiene la niebla como sustituto del crepúsculo, y la vejez como temática principal.  

Fotograma de ‘Domingo y la niebla’ (2022).

En el poblado de Domingo (Carlos Ureña), un viudo anciano y alcohólico, cada vez queda menos gente debido a que hay un proyecto de construcción de una carretera que lo atraviesa, y están forzando (no se sabe exactamente quiénes) a la gente a vender sus casas. En esta situación que invita a desarrollar una película realista, un drama social, Escalante decide darle un tono místico, confudo, en el que la niebla ejerce un papel muy importante: es tanto un elemento que simboliza el arraigo con la tierra, con el lugar, como una epifanía de su esposa, al menos en la mente del protagonista. Es una elección valiente y a la vez, pese a lo exploratorio del relato, resulta coherente, pues tanto el alcohol, como la cabeza tienden a la polaridad llegada una edad. Para darnos esta sensación tan ambigua, el director se sirve principalmente de dos elementos: La banda sonora (Alberto Torres) y la fotografía (Nicolas Wong). La música y los efectos sonoros a veces se confunden, pues cada vez que aparecen parten los unos de los otros, metamorfoseándose, para crear un clima de todavía más desconcierto, llegando incluso en momentos al miedo. Una mezcla de sonidos de animales (que inspira una última defensa del territorio, pero que también aportan un tono de amenaza) se funde con el clima tropical y la espesura de la niebla; otros sonidos de motores, son los que ejercen como el verdadero miedo, que no se sabe nunca exactamente por dónde viene, y que representa la maquinaria que viene de fuera. Se hace así tenso un relato que por el contrario deja su tiempo a las imágenes, a las que no acelera el acompañamiento musical pese a transmitirnos tantas sensaciones. Con la fotografía consigue contrastar el día y la noche para insistir en esa ambigüedad, en ese doble tono. Por el día se transmite el clima local, húmedo, pesado, realista. Mientras que, la llegada de la noche, está captada con un tenebrismo “caravaggiesco”, donde la luz, siempre de tono amarillo, suele venir de manera lateral de fuera del encuadre, contrastándose dramáticamente con la oscuridad. Es ahí cuando asoma lo irreal, el miedo, incluso la locura. Jugando con la utilización de ambos elementos (música y foto) Escalante consigue, sin una continuidad total, pero con un resultado final con resonancia, transmitir una historia por otras vías diferentes a las que un cineasta más normativo optaría.

Carlos Ureña, pese a ser actor natural, de joven estudió actuación; pero debido a la dificultad de la profesión, y más en la situación de la industria del cine en su país, tuvo que desechar la idea y trabajar en una profesión más convencional. Ahora, justo tras su jubilación, y con una cinta para nada corriente, consigue, de la mano de Ariel Escalante, ser el protagonista de la primera película presentada por Costa Rica en el mayor certamen de cine del planeta, que es también la preseleccionada a los Oscars por su país. Esto es algo anecdótico, pero poético: como la confusa, local y mística historia que, saliéndose de lo preestablecido, se nos narra en Domingo y la niebla.

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