Mario C. Gentil / 27.11.2022
La cineasta francesa Léonor Serraille, tras su prometedor debut en 2017 con Bienvenida a Montparnasse, volvió a la palestra en el Festival de Sevilla (previo paso por Cannes), con una cinta que versa sobre personas migrantes y la familia, que arrastra mucha carga política y que conecta en parte con otras dos obras del Festival como son Sonne y Saint Omer, aunque con un enfoque menos novedoso que los que presentan estas propuestas, pese a la corrección de sus formas y narración.
Divida en tres actos, la cinta también divide a la familia como las potencias europeas hicieron con las fronteras lineales del territorio africano; de igual manera que la distancia y la inestabilidad acaban disgregando. Hay mucho de eso aquí, quizás no tan marcado, pero que acaba brotando, que resuena de fondo. También hay ecos de Ousmane Sembene y su La noire de… (1966). La crítica a Europa como lugar alienador, en el que la familia, despiezada, tira como puede, perdiéndose muchísimo por el camino a cambio de salir adelante. Para ello, en cada acto la directora y guionista nos sitúa en la mirada de los tres miembros en cuestión por orden de edad; primero la madre, después el hermano mayor, y finalmente, el menor. Realiza un retrato realista y sincero a base de interiores que oprimen sutilmente, donde la espacialidad, la necesidad o el cuidado subyacen en todo momento, donde se grita en silencio la falta de aire. El drama social atiende a temas laborales, de formación y de educación, amorosos… básicamente a todos los apartados que tiene la vida, que se ven marcados por la pobreza, por la doble dificultad de crecer en un lugar ajeno, en el que no se llega a encontrar el verdadero sitio. Se explora la relación madre-hijo, en el coming of age, la protección y el amor familiar. Entre estos vaivenes de los personajes, en esos constantes volver a empezar, se da una caída, y se compensa con un asiento, pero donde pese al logro no sale totalmente indemne.
Quizás lo mejor de la obra sea que se narra como se narra la vida (con el mérito añadido de ser una obra que abarca dos décadas), gradualmente, pero sin omitir el constante cambio, y en el interior de las casas que es donde verdaderamente los dramas se viven o se les permiten salir: “nunca dejes que te vean llorando” dice la madre a uno de sus hijos. El tiempo gana a todo; lo que nos rodea tiene casi siempre más fuerza que los propios individuos, que las buenas intenciones que se acaban desmoronando. Hay muchas cosas aquí y muy certeramente captadas como para no hacer aprecio de esta cinta pese a su falta de novedad temática y formal.
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