Mario C. Gentil / 16.03.2023
Las personas que tienen un mundo interior rico son propensas a crear su propia mitología. No una alternativa religiosa similar a la que ofrece la vacua, falsa y reductiva astrología, sino una articulación, una extensión de los pensamientos que se exteriorizan en fantasías que parten de muy adentro, de una gran verdad. Así se despliega este poema dancístico y musical Hottamaru Days (Hottamaru biyori, 2016), puede que también aderezado con el sintoísmo que emana la tierra japonesa, pero que irradia al exterior la personalidad de su autora: Nao Yoshigai.
Esta “performática” pieza de 38 minutos exprime todas sus posibilidades: enérgicamente, y a su vez, con la delicadeza de lo etéreo de la propuesta. Así se comportan los daimones, que aquí brotan del cuerpo de una chica que habita en su tradicional casa rural japonesa. El sentido universal que se refleja se proyecta en la concepción ancestral de los cuatro elementos: el aire (que vemos en un juego de soplidos), el fuego (que toma presencia con el humo), la tierra (donde vemos brotar el ser humano) y, sobre todo, el agua (elemento que aquí reina por encima de los demás y a la que se más se inclina la esencia de la protagonista). Ese sentido cosmogónico también se revela en la apreciación de lo micro (la observación a través de una luz de un pequeño cachito de piel en el que podemos ver los surcos de las huellas) hasta lo macro: de la espiritualidad, del extenso asiento de la naturaleza, de lo inabarcable de lo demiúrgico. Es una pieza que parte de lo mental, y no sale de una casa, como el lirismo que se encapsula en un libro explota en la vastedad del pensamiento. Se capta, a la misma vez, tanto las materialidades de los cuerpos y las superficies, como las ensoñaciones del alma y las ideas. El montaje atiende a la libertad que la fantasía improvisa… la música envuelve, los silencios acogen, y las posiciones de cámara, cambiantes como un cuento tradicional, recogen.
Hottamaru Days es un ancestral baile que a la vez recuerda que el cine no tiene una sola forma, una sola manera de narrarse, una sola rama artística a la que rendirse. En el cine habitan muchas artes, algunas atávicas, otras más nuevas, unas que nacen en su proceso creativo y que por lo tanto son propias y únicas del propio cine, y otras que están por venir: el cine son demonios creativos que danzan con el ímpetu creador del interior de las ánimas, dejando ecos y estelas ante las que podemos sorprendernos, fascinarnos, y leer las hondísimas profundidades del pensamiento que son inarticulables a veces mediante palabras.
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