Andrea Villalón Paredes / 25.09.2023
Fallen Leaves es una película que propone en su sinopsis la fórmula mágica de los encuentros fortuitos en capitales grandes. Por un momento brinda eso, dos personas que no se conocen de nada, coinciden y empieza a surgir una atracción que se ve trabada por diferentes circunstancias. No obstante, en esta ocasión, al contrario de propuestas como Cold War, la trilogía de Oslo o la Antes de… se apuesta por el toque cómico más que el dramático.
Karaokes donde la gente canta opera o baladas, fábricas y supermercados… el punto positivo de esta película reside, quizás, en el esbozo del mundo en el que sus personajes se envuelven. En contraposición con las películas anteriormente mencionadas que, en ocasiones, tienen una falta de consciencia de clase, en Fallen Leaves, el espectador sabe que ambos personajes tienen problemas para subsistir, y casi rozan la pobreza: Ansa (Alma Pöysti) trabaja de un supermercado sin contrato y Holappa (Jussi Vatanen) es un constructor con ciertos problemas de alcoholismo que vive en una a comuna, compartiendo habitación con otro obrero. Ambas realidades se ven abrumadas por la guerra que encadena en problemas como robar comida caducada, la evasión de la realidad o la imposibilidad de pagar facturas.
Es una película de comedia, que quizás quiera ser un poco burlesca con el resto de su género. Se apuesta mayoritariamente por un humor un tanto boomer que resta la importancia, llegando a rozar la banalidad, a algo tan definitivo como perder el número de teléfono en una ciudad tan grande como Helsinki cuando las redes sociales todavía no existían. También, con frecuencia se explota demasiado el recurso narrativo de hacer creer al espectador que es el final de la relación, para después hacer que se vuelvan a encontrar/conciliar, convirtiéndose en algo reiterativo y quizás pesado.
Fallen Leaves encaja en el género de “feel good movies”, utilizando la intertextualidad de estas para hacer crítica de los encuentros fortuitos característicos, restándole importancia al concepto del destino y las experiencias que solo pasan una vez y apostando por un enfoque centrado en la constancia y perseverancia de los protagonistas. Desenvolviéndose en una ciudad de luces de colores y una estética de más típica del documental en cuanto el tratamiento de color, con un ritmo narrativo constante, que, sin embargo, a veces se repite demasiado. De todas maneras, la simplicidad de su narrativa la hace accesible para todo los públicos y hace que se convierta una comedia entretenida.