Clara Tejerina / 04.01.2024
Michel Gondry presenta en el Festival de Sevilla (20 SEFF) esta comedia sobre un director, Marc (Pierre Niney), que quiere terminar su película y sus peculiares maneras de lidiar con su proceso creativo. Para ello, como si de una épica y caótica odisea fantasiosa se tratara, roba el material junto con su equipo y huyen para poder dar alas a su proyecto. Una película que se construye a sí misma con el pulso visual que ya mostró en La ciencia del sueño (La science des rêves, 2006), retoma la mezcla de lo onírico y la vida real en un estilo que imita el documental a través de una vibrante cámara en mano, esta se mueve vertiginosamente a través de sus personajes con movimientos bruscos y encuadres descuadrados donde parece no saber dónde poner el foco, sin embargo, todo este artefacto estilístico sirve para mostrar ese descontrol y desenfreno que pasa por la cabeza del protagonista, en un intento por terminar, y a la vez no, cada proyecto en el que se embarca.
Al igual que su obra cúlmen ¡Olvídate de mí! (2004) o como se llamaría el título original Eternal Sunshine of Spotless Mind, donde una pareja rompe y decide borrarse los recuerdos vividos con esa persona, aquí repite la misma fórmula de camuflar, a través del humor y de una historia aparentemente ligera, la complejidad de una mente abstracta y confusa que trata de ordenarse a sí misma en busca de un resultado que el propio artista no sabe si quiere. El retrato de una neurosis que se plasma de una forma divertida y fácil para el espectador pero que traslada todo el espectro complejo de la salud mental y un protagonista que no puede escapar de sí mismo. A la vez, la película también supone una carta de amor al cine y al proceso creativo, que lo convierte en un juego formado por la fisicidad. Los elementos que se ven al otro lado de la pantalla son constantemente tocados y manipulados por el artista, desde el propio libro que da nombre al título, donde Marc empieza a dibujar a brocha gorda y sin filtro buscando las soluciones teóricas a los problemas del mundo, la construcción de la banda sonora, donde utiliza su propio cuerpo para que los músicos entiendan cómo componer, el “camiontaje”, un camión que Marc inventa y manipula para que su montadora pueda editar la película tocando la bocina y poniendo intermitentes, interactuando directamente con el material, o la secuencia animada en stop motion, que parece una mera anécdota de la película pero que realmente interrumpe la narración fílmica. Con todo esto busca un contacto físico con el material que recuerda a la época analógica, donde la propia película es la que se iba manipulando y transformando en el producto final. También juega con la narración en off y la modificación artificiosa del tiempo, rompiéndolo o modificándolo en formas imposibles, convierte así a la película en un juego. Gondry vuelve a sus temas recurrentes de la exploración de la mente, lo onírico, el tiempo, el caos y como esto se relaciona entre sí en una obra que no se toma muy en serio a sí misma porque el sentido de la misma es la propia creación continua, los vínculos personales y artísticos que se forman y la creatividad por la creatividad.