Mario C. Gentil / 05.02.2022
La nueva obra de Ryûsuke Hamaguchi, Drive My Car, galardonada y alabada en numerosos premios y festivales, y que ha sido estrenada este viernes 4 de febrero en España, a grandes trazas, me ha decepcionado. El cineasta, que tiene un fortísimo estilo propio, con el que anteriormente ha ejecutado obras muy redondas, se sobrepasa en su propia manera de hacer cine, y, sin embargo, se queda corto de fuerza en la historia que nos cuenta.
A la película, de tres horas, le sobra una de metraje. El estilo pausado, de largos planos sostenidos, de conversaciones largas con diálogos profundos, de bonitas escenas de transición, de una narración diáfana, cae esta vez en la redundancia. Y, exceptuando momentos puntuales, la historia conmueve bastante poco para el tiempo en que nos la sirve.
Obviamente no todo es malo, pues la calidad del cineasta está ahí, el guion no es nada despreciable, tiene escenas que rezuman dominio artístico, incluso tramos, como la primera media hora, en los que la película promete más. Pero el filme es intermitente, y la regularidad en el tono, en vez de virtud, se convierte esta vez en sensación de repetición, que puede producir un sentimiento de cierta indiferencia para el espectador.
Las actuaciones están mejor que los personajes, los cuales tienen una menor escala de grises en su mayoría de lo que acostumbran las cintas del director. La historia se prevé sin muchos giros o nuevas sensaciones mientras se desarrolla. Y se me escapa (pues no he leído la obra de Chéjov que se representa, ni el libro de Murakami en el que se basa) parte del paralelismo que se intuye entre la obra teatral que hay dentro de la película y la propia historia de los personajes. Es probable que estando leído en eso la película gane algo, pero en cualquier caso no me parecería suficiente.
Los temas recurrentes de Hamaguchi aparecen en el filme: la sexualidad, la infidelidad o las inseguridades son tratadas con la apertura que este cineasta japonés nos acostumbra y que se desmarca del hermetismo nipón. Pero en este caso no alcanza la profundidad de obras anteriores, siendo todo mucho más plano. Sí hay un buen trato del ambiente y los espacios, cosa que se agradece pues valoro un cine que transmita fisicidad, captación de calidades materiales, y autenticidad comunicativa. La fotografía de Hidetoshi Shinomiya aporta muchísimo para ello, es de lo mejor que tiene la cinta.
Mi sorpresa por la película, que me esperaba que fuese de lo mejor del año, y ha sido simplemente una obra buenilla, tirando a mediana, pero que en ningún caso sobresale, es equivalente a la sorpresa que tengo por la cantidad de premios que ha recibido. Pero esto es cine, y lo que yo veo es parcial y únicamente mi opinión.
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