Andrea Villalón Paredes / 29.04.2023
Es viernes 28 de abril, a pesar de ser la Feria de Sevilla y tener hasta arriba el calendario, me dispongo a pasar unas tres horas en el cine para ver la nueva película de Ari Aster (y después escribir esto). Entro en la sala sin saber mucho del filme, que está protagonizado por Joaquin Phoenix y que hay una marca ficticia “MW Industries” de la cual A24 lleva una cuenta en Instagram, entre otras cosas. Tres horas después no seré la misma persona.
Beau tiene miedo es un filme que es complicado de sintetizar sin entrar en materia de spoilers, no obstante aquí mi intento de escribir una sinopsis; Beau es un hombre de mediana edad que se encuentra en un constante estado de paranoia y ansiedad. Un día después de que le roben las llaves de su apartamento, se ve inmerso en una odisea de lo más surrealista (si investigáis un poco en la fimografía del cineasta, os daréis cuenta que tiene un cortometraje llamado Beau con la misma premisa)
Lo primero de todo, mi motivación para escribir esta crítica viene del recibimiento negativo que está teniendo el filme en la crítica española. Negativismo con el que, desde ya, dejo claro que no concuerdo. Por algún motivo, los hijos de Buñuel, los que hemos bebido del surrealismo y los que amamos tanto el cine, aquel que nació con la magia de Georges Méliès no somos capaces de enfrentarnos a cualquier metáfora o alegoría. Parece ser tendencia despreciar cualquier filme que abra la puerta a la propia interpretación y reflexión. Ahora solo interesan las narrativas complejas, donde todo se explique de la A la Z, pero que tampoco se haga sobre exposición. Una novela, pero sin ser novela.
Ari Aster hace un ejercicio de introspección en este filme que, desde luego, es mucho más complejo que sus anteriores películas, pero que igualmente continúa con temáticas anteriores, como las que empezó en Hereditary. De hecho, gran parte del ambiente de dicha película se mantiene aquí, no solo por el rol de la familia, sino también la dinámica entre hermanos, así como el trauma generacional.
Hay varios elementos cinematográficos fascinantes. Uno de ellos es el narrador poco fiable, que juega a desdibujar entre la realidad, la imaginación y el delirio. Cuando se optan por este tipo de narrativas, habitualmente, es para que el espectador se cuestione hasta qué punto ponerse de parte del protagonista. Lo típico de que al final el bueno era el malo, etc. (por ejemplo, Gone Girl de David Fincher), pero aquí es diferente porque la única opción que existe es creerse lo que estás viendo porque no hay otra explicación. Ari Aster no quiere que juzgues a su protagonista, qué es real o que no, que está bien o como de cuerdo está, sino que sientas la misma histeria por la que Beau está pasando.
A pesar de que el filme dura casi tres horas, toda la trama es frenética, apenas hay descansos, todo el rato suceden cosas. Las únicas otras referencias que tengo para explicar la ansiedad que transmite el ritmo de la cinta es Guns Akimbo, donde el protagonista tiene que salvar su vida constantemente porque tiene dos pistolas adjuntas a las manos y participa involuntariamente en una especie de Battle Royale, y Todo a la vez en todas partes, que entre otras cosas, habla de la saturación del ser humano frente al flujo infinito de información que es internet. Bien, pues, Beau tiene miedo, tienen como objetivo exponerte a un trauma generacional que lleva ejecutándose varias décadas. Y sé que dichas elecciones creativas funcionan porque en mi sala (que estaba bastante llena para ser Feria y puente), no paraba de escucharse “¿qué?”, y “no entiendo nada”. Que son frases que le podrías decir perfectamente a tu psicólogo cuando te da un diagnóstico.
Fuera de la narrativa, nos encontramos también una película compleja. Principalmente por los escenarios, es una película, tanto de interiores como exteriores y tanto el diseño de producción como el de vestuario hacen que te creas el sitio donde meten al personaje, pero quizás la apuesta fuerte viene en cómo Ari Aster mete el surrealismo perteneciente al imaginario de los sueños (no voy a hablar de nada que no haya aparecido ya en el tráiler) para el que utiliza una mezcla de animación y efectos especiales que colman con un decorado teatral que recuerda a aquel del Mago de Oz. Los movimientos de cámara, los jump y match cuts… A todo esto se le suma la actuación fantástica de Joaquin Phoenix, que evidentemente lleva a sus espaldas que el público decida, o no, creerse lo que pasa porque la trama solo gira en torno su personaje… pero la guinda del pastel es que la gente se haya pasado tres meses discutiendo si Armen Nahapetian, que interpreta la versión joven de Beau, es CGI (dando pistas sobre el nivel de surrealismo del filme y el fantástico trabajo de casting). Ojalá estuviera exagerando, pero en la misma entrada del cine había un grupo de chavales y uno de ellos les estaba explicando a los otros que «la versión joven de Joaquin Phoenix se ha hecho con CGI». En general, se podría afirmar que es una cinta bastante rica en cuanto a lo audiovisual, fuera y dentro de ella.
Dicho esto, la película necesita que se haga del acto de la escopofilia (sí, lo sé, me encanta esa palabra). Es decir, que el espectador tiene, no solo que adentrarse en el filme, sino creerse que es su protagonista, de hecho, se usan varias veces el punto de vista en primera persona para enfatizar esto mismo. Si constantemente se pregunta por el sentido lógico de lo que pasa en pantalla la experiencia queda totalmente chafada, es mejor dejarse llevar y después pensar en el significado de cada cosa. Es cómo estar en un sueño, si en este pasamos de punto A a B de manera instantánea, desaparecen personas, amenazan con matarnos, nos persiguen… normalmente, no preguntamos «¿estoy soñando?», simplemente nos dejamos llevar hasta que nos despertamos y decimos «¿qué ha sido eso?».
Beau tiene miedo es el mejor filme de Aster hasta la fecha. Es una cinta que está hecha para la experiencia sensorial del cine, por muy tópico de crítico de cine que suene, pero si se sabe algo de teoría cinematográfica, entonces se conoce lo presente que está el subconsciente en el acto de acudir a las salas para ver un filme, de aquí mi afirmación. Es una película igual de compleja que Persona de Ingmar Bergman y que quizás, en unos veinte años, si a Ari Aster le da por publicar sus cuadernos, se logre entender aún más el significado del filme y la relación tan chunga que tenía con sus figuras parentales. Mientras tanto, a nosotros nos queda la interpretación y el diálogo.