Mario C. Gentil / 18.10.2022
El egipcio Mohamed Diab, director y guionista de Amira (2021), compitió en el festival madrileño Imagine India Internacional Film Festival, y estuvo muy cerca de llevarse el premio a mejor película, que recayó finalmente en Neighbours (2021). La cinta, una coproducción entre Egipto y Jordania, junto con Emiratos árabes y Arabia Saudí, trata el conflicto de la invasión israelita sobre los territorios palestinos, en una historia que pone en valores muchos elementos, pero que, por encima de la evidente represión política inmanente en las obras de esta temática, lo que nos refleja es el sentimiento de pertenencia, de identidad y de lucha.
Amira es una chica que nunca ha visto a su padre, preso político y héroe de guerra, más que por el cristal de la prisión en la que el ilegítimo estado israelí lo tiene encarcelado.
La cinta es primorosa en su guion: presenta una amalgama de personajes muy bien escritos. Crea una trama que avanza con constantes giros de guion que no son simple efectismo, sino que hacen mejorar siempre la película. Tiene soluciones coherentes para los conflictos que va creando, y utiliza a su vez todo esto para hacernos un retrato social y político visto desde la parte sometida.
La película se puede ver emparentada con la obra de Hany Abu-Assad, ya que pese ser una patente denuncia del clima de opresión que sufre el territorio palestino, no duda en utilizar los grises a la hora de reflejar a los propios palestinos, sobre todo en su trato a veces mafioso y machista, y la cero tolerancia hacia la raza israelí. Por otro lado, muy entendible, si atendemos a la condición humana, cuando se vive en perpetuo estado de guerra, pero irracional en otros casos.
Amén de todo ello la película plantea con hondura el problema identitario, la cuestión de la sangre y la raza. Algunos de ellos conceptos que se antojan anticuados incluso para un país que se desangra. Pone cuestiones encima de la mesa como la posibilidad de si la maldad es un simple resultado geográfico, independiente de la educación, del entorno o de los genes.
También añade el concepto de héroes, mártires, etc, a los que se les respeta cuando han dado prueba trágica de su fidelidad, pero a los que se les niega ese respeto cuando afirman su postura desde la palabra, casi a modo de denuncia contra esta manera de pensar tan humana y a la vez tan destructiva. Pero por supuesto, faltaría más, la denuncia también se centra en las prácticas históricas que ha hecho y hace Israel, detestables en tantos niveles, que nunca deja de sorprender y de crearnos un estado entre la impotencia y la ira.
Las interpretaciones no rebajan el nivel de la narración ni de la puesta en escena. Es más, la actriz protagonista (Tara Abboud) se apropia de un personaje que se convierte en el eje de la cinta, llevando esa responsabilidad a mejorar el completo de la obra.
Amira es una obra rica, con grises, que hace un muy buen retrato sociocultural, que denuncia, y que se adecua formalmente a la historia tan visceral que nos cuenta. Es una cinta necesaria para captar un poco más la esencia del conflicto, para el que el cine es una gran ayuda en un mundo en el que los grandes medios de información callan el sufrimiento de un puebo. Y también es el descubrimiento, en mi caso, de un director que sabe narrar muy pero que muy bien. Volveré a él.