Luis Herruzo Tirado / 02.02.2023
Si hay algo que llama la atención del espectador son las historias personales, donde las emociones estén a flor de piel, las cuales aunque provoquen que nuestros ojos se tornen vidriosos, otorguen una satisfacción al final de la cinta. Si ello, además, va acompañado del resurgimiento de una figura querida y olvidada de la máquina trituradora que es Hollywood, el cóctel es perfecto.
The Whale, que supone el regreso de un Darren Aronofsky no tan críptico o lisérgico, y que adapta la obra teatral homónima de Samuel D. Hunter, el cual está a cargo del guion, tiene como protagonista a Charlie (Brendar Fraser), un profesor que trabaja impartiendo clases desde casa, debido al padecimiento de obesidad. Este, con graves problemas de salud derivados de su enfermedad que lo acercan inevitablemente a la muerte, intentará dar a su vida algo de sentido en sus últimos días, acercándose a su hija tras años sin verla, reconectando y haciendo las paces con el pasado para tener algo de paz.
Aronofsky vuelve con una película donde la redención y el perdón son el eje narrativo sobre el que se sustenta. Sin embargo, para ello, entre otros muchos elementos, se requiere de una capacidad actoral a la altura. La emociones que se despiertan con según qué temas consiguen transmitir y llegar más gracias al trabajo interpretativo. Y Aronofsky ha acertado de pleno. La elección de Brendar Fraser, en un retorno espectacular después de años de ostracismo en el cine y de un duro camino personal, no puede sino ser aplaudida, y dota al filme de un carácter dramático que desborda la pantalla. Pero olvidarse del resto del elenco, corto pero muy bien seleccionado, sería desmerecer un conjunto que aporta a la película de forma sobresaliente. En este sentido, merece una especial reseña también el papel de Hong Chau, personaje capital para hilar y entender todavía más ciertos sentimientos y comportamientos de Charlie, como el perdón y la redención.
Aunque pudiera parecer que el filme del director neoyorquino quede eclipsado por la enfermedad que Charlie padece, nada queda más lejos de la realidad. No es una película sobre y exclusivamente la obesidad. Esta no debe cegarnos y confundirnos durante el metraje, haciéndonos perder el hilo de lo verdaderamente importante. No es solo mostrada como causa, con los graves impedimentos que someten al personaje de Fraser, sino sobre todo como consecuencia. Consecuencia de una mente y una personalidad castigada por el pasado, y que paga los platos rotos compulsivamente con la comida. No solo pone sobre la pantalla un problema físico, sino que el filme se acerca y denota problemas relacionados con la salud mental, tan a la orden del día, por desgracia, en los últimos tiempos. De hecho, todo ello lleva al extremo al personaje, cuya paz parece no venir dada si no es a través de la tragedia, siempre que haya saldado antes su cuenta pendiente.
Otro aspecto interesante es el modo en el que plantea la película algo tan temido como el rechazo. Es algo que flota en el aire durante toda la cinta, inevitablemente. El personaje de Charlie tendrá que lidiar con él durante su vida, y el filme da buena cuenta de ello. Llega a aceptarlo, de hecho. Lo ha sometido durante tanto tiempo, por diferentes circunstancias, tanto a él como a las personas que ha amado, que no le queda más remedio que convivir con algo tan aterrador.
Todo esto se articula y se engrana con una gran puesta en escena, muy bien pensada por el director, teatralizando el desarrollo de la misma, con unos poderosos diálogos, y reduciendo toda la escena a una casa interior, jugando muy bien con el encierro que sufre Charlie por su enfermedad, que lo obliga a estar recluido. En este sentido, cabe decir que se logra un efecto inmersivo notable, haciendo que agobio y empatía afloren en ciertos momentos en el espectador. Todo ello apoyado en una fotografía, a cargo de Matthew Libatique, que sabe captar el mundo gris de Charlie, donde el tiempo meteorológico juega con aspectos como el estado de ánimo o la liberación.
Pero incluso así, y paradójicamente, a pesar de lo desoladora que pueda parecer la película, Aronofsky consigue inferir una visión esperanzadora de la humanidad. No es que haya que catalogar a The Whale como un canto a la vida, pero sí es un muy buen ejercicio de plasmación de la infinita bondad que pueden tener ciertas personas bajo según qué circunstancias. Algo muy utópico, sí, pero que solo el cine puede imaginar y transmitir.