Andrea Villalón Paredes / 05.11.2022
La propuesta de Francia para los Oscars, no podría estar más lejos de lo convencional. El primer filme de ficción de Alice Diop propone introducir a la audiencia en un círculo hermenéutico. Para esto nos sitúa con Rama, una novelista que atiende un juicio como público de una mujer que abandonó a su hija de quince meses en la playa con la intención de que muriese. Una vez que Diop introduce la cámara en el juicio, hay un cambio narrativo, de repente no seguimos la historia de Rama, sino que parece que se nos ha asignado, inconscientemente, la tarea de ser miembros del jurado.
Tengo sentimientos encontrados con esta película, aunque la narrativa propone algo inteligentemente similar a Doce hombres sin piedad, donde la audiencia “estaba presente” en la sala de deliberación del jurado. En Saint Omer la audiencia no cuenta con el punto de vista del otro jurado, sino únicamente con la información que se aporta en el juicio donde intervienen las personas que lo habitan típicamente: una jueza, un fiscal, una abogada, los testigos y la propia acusada. Es a través de esto que se cuestiona hasta qué punto una narrativa nos convence lo suficiente para determinar si alguien es inocente, culpable o solo una víctima. El problema con la narrativa es que el precedente del espectador para “estar” en el juicio es que sigamos el proceso de documentación de Rama para su próxima novela, por lo que, fuera de las sesiones, continuamos con ella y vemos cómo también tiene incertidumbres respecto al caso. Esto, que podría afirmar al espectador en que está bien dudar, difiere con la intención de la película y le quita el significado que quiere conseguir de que se llegue a una conclusión por uno mismo. Por el contrario, aunque la narrativa da razones de peso, parece que fuerza a tener que dudar de la culpabilidad de la acusada.
A lo anterior se le añade el poco lenguaje cinematográfico que tiene la cinta; apenas hay movimiento de cámara, ni planos o encuadres interesantes, incluso los movimientos de los personajes por el set están extremadamente limitados. La mayoría del tiempo la coherencia fílmica reside en el rácord de miradas. Un personaje puede tener un monólogo de unos dos minutos donde cuestiona o explica algo, donde la cámara se queda estática y el personaje no se mueve. Este bucle repetitivo puede crear cierto desinterés en lo que está pasando y si hay una distracción, es muy probable que el espectador se desenganche completamente de la trama.
Saint Omer está altamente influenciado por la experiencia de Alice Diop en el género documental. Y, quizás, hubiera funcionado mejor como un documental ficticio. La premisa del filme, así como la idea que quiere conseguir, son excelentes, pero la carencia de lenguaje cinematográfico, así como la densidad del guion, hace que el ritmo se haga pesado y se pueda volver difícil conectar con la propuesta, algo que le puede pasar factura con el público más casual.
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