Mario C. Gentil / 31.12.2022
En menos de 6 meses, los que van desde julio a diciembre, hemos podido visionar en salas los tres últimos trabajos del cineasta coreano Hong Sang-soo. Si en verano se exhibía en cines Delante de ti (2021), y en septiembre durante el Festival de San Sebastián estuvimos en el prestreno internacional de Walk-up (2022), ahora, antes de acabar el año, podemos contemplar en cines La novelista y su película (So-seol-ga-ui Yeong-hwa, 2022). Ganadora del Premio del Jurado en Berlín, construye Sang-soo una pieza que puede parecer una mezcla de las dos anteriores, y casi afirmarse que componen una suerte de trilogía; no solo por el ejercicio estilístico, que supone, a su vez, un acto de resistencia. Tampoco únicamente por llevar casi a la literalidad ese concepto del cine de autor en el que el cineasta también maneja montaje, fotografía, guion o música; lo es también por los ambientes, la fotografía a color y en blanco y negro, y, sobre todo, por el núcleo de personajes que las componen, todas ellas protagonizadas por Lee Hye-young, con la participación también de Cho Yun-hee. En este tríptico que prácticamente se convierte en un collage en el que los actores casi que hacen los mismos papeles, se inserta la que probablemente sea, de las tres, la película más reivindicativa, en la que formalmente se reafirma, e incluso se enorgullece, de su propia apuesta cinematográfica, con un resultado final que no es sino la prueba del acierto, del arrojo y de la honestidad comunicativa que tiene el autor con el cine, con los espectadores y consigo mismo.
Todos los aspectos del cine de Hong Sang-soo están de nuevo aquí: el clima reposado, reflexivo y pacífico en el que tienen lugar las conversaciones que articulan la cinta; las largas tomas, con planos que duran minutos, conlleva que la película tenga muchísimos menos cortes que minutos de metraje; la utilización del tiempo real, junto con la importantísima presencia del sonido ambiente, dan una realidad fáctica a la cinta que casi parece tocar la falsa ficción, evocando así trocitos de vida; el total control de todos los apartados por parte del director; las correcciones, con zooms y sutiles movimientos de cámara para ajustarse a los pasos del reparto; la casi total ausencia musical; las transiciones que hacen de los saltos temporales bruscos algo cadencioso… Pero si bien los personajes son el sustento de la historia, y el momento existencial de sus protagonistas lo que mueve el filme narrativamente, hay aquí en ellos un trasvase de sentimientos, una trasposición de sus ideas que el director no oculta, pero que tampoco quedan vergonzantemente expuestos o resulten subrayados. El cineasta coreano alcanza con ello un pasito más, pues si se caracterizaba por desprenderse de todo formalismo o convención cinematográfica impuesta de fuera, en un acto de búsqueda y de descubrimiento que lo habían llevado a un estilo completamente original y propio, ahora el cineasta se siente con la suficiente legitimación para hacer un acto de sinceridad comunicativa mayor: se confiesa, hace apología de su inclinación y de su mirada. Y pese a que llega incluso a verbalizarse, se integra tan bien en el todo de la película que no resulta ni impostada ni superficial, sino que por el contrario denota convicción, amor y valentía.
En esos blancos saturadísimos que van en pos de un minimalismo que roza ya el esbozo, el boceto; en esos remansos de ritmos lacustres que suponen sus escenas, se hace ahora una defensa de sí mismo y se da testimonio de lo que precisamente estamos viendo: que, con muy poco, se puede hacer mucho. Este poema a la creación, esta adoración en definitiva al cine por necesidad, se da paradójicamente en un contexto de personajes de la cultura que se encuentran todos en crisis creativa, casi como una muestra de que, con lo mínimo, y cuando menos predispuestas están las fuerzas, se puede seguir haciendo obras artísticas. Hong Sang-soo ha vuelto a conseguir una obra sólida, reivindicando más que nunca su potente marca de estilo, y siendo la culminación de lo que ha supuesto un avance autoral en su legado cinematográfico. El cineasta coreano nos deja un “si-yo” en forma de película; o al menos, la prueba de que con poco más que la voluntad creativa se puede hacer un interesantísimo cine donde la vida brote.