Familiar Phantoms – Larissa Sansour y Søren Lind
Clara Tejerina / 15.07.2024
¿Dónde habita el recuerdo? ¿Puede este permanecer vivo a través del espacio y el tiempo? Larissa Sansour y Soren Lind viajan al pasado para reencontrarse con el espacio. Recorren espacios vacíos con la cámara de manera similar a cómo se palpa la memoria, desde lo incompleto. Esto se traduce en la imagen a través de los espacios abandonados y el uso del propio encuadre, donde la imagen se divide, pero no necesariamente para completarse. Los primeros planos de los objetos, como los limones o la máquina de coser se entrelazan y unen para construir un pequeño pedazo del recuerdo que, con toda su complejidad, a veces resulta ser un mero apunte casual de algo que se queda en la memoria sin saber por qué. A través de imágenes en Súper 8 y fotos antiguas, además de símbolos y superposiciones, como el ojo que se inunda o la línea narrativa de la interpretación dramatizada, la película supone un diálogo entre el pasado y el presente, en el que exploran el concepto de la propia representación que supone una ruptura con la realidad. La chica, única protagonista humana de la cinta, hace de exploradora y nexo entre realidad y ficción, entre la imaginación y el recuerdo. De esta manera, Larissa Sansour y Soren Lind cuentan la historia de una infancia en la ciudad de Belén, hacen su película más personal hasta la fecha, pues la historia que narran es la de la infancia de Larissa.
Las imágenes son habitadas por los fantasmas del pasado. Ellas encaran la realidad del paso del tiempo, la perspectiva alterada y los recuerdos borrados a través de esta pantalla partida y los espacios vacíos, símbolos en sí mismos de esta dualidad de lo que es y no es a la vez. A través de los sonidos reconstruidos recorren las estancias abandonadas de la casa que en su día fueron habitadas, ahora forman parte de una realidad que solo la directora puede recordar, por lo tanto, la veracidad de estos recuerdos sólo dependen de la percepción de Sansour y sus ganas de compartir una visión con el mundo. La película juega con el vacío, un vacío que se muestra de forma literal a través del recuadro negro, ausente de imagen, que forma parte de la imagen partida. El recuerdo es algo subjetivo que se construye, deconstruye y transforma con el tiempo. Sin embargo, es lo único a lo que podemos aferrarnos para construir una identidad, y esto es lo que tratan de hacer las directoras: dar vida a ese recuerdo.
Sansour y Lind aportan un legado importante en estos tiempos de guerra, una muestra de una vida anónima recreada, vivida y habitada en una Palestina del pasado. Las imágenes manipuladas, recreadas y reales ilustran este ensayo fílmico como si de un collage se tratase tocando y manipulando todas las posibilidades que les da el medio para llevar a la pantalla este pedacito de recuerdo, que queda como un regalo de la memoria al mundo para quien quiera escucharlo y sentirlo. Lo bonito de este ejercicio, que se mueve entre la fidedigna realidad y la manipulación fílmica, es que el espectador solo puede quedarse en ese limbo de la memoria que ofrece Larissa, sin embargo, el verdadero fantasma que habita esos lugares y su intimidad, le pertenece solo a ella.