Jaime Pinto Llosa / 22.11.2022
Película de tono realista, formas sensoriales, expositiva y que posee una poderosa atmósfera en torno a la naturaleza de Jalisco. Con ambigüedades juega entre la realidad y la no ficción para contar la historia de una fábrica de producción de tequila. Vemos el proceso de cosecha y producción, así como en el destilado, todo esto de fondo para seguir al personaje principal la hacendada dueña del negocio. Que nos guía con su historia para conocer más sobre la crisis del agave.
Son presentados gratamente los distintos paisajes que hay en la película, con una fina textura acerca la naturaleza contenida, que significa mucho para el director Juan Pablo González, que comenta en una entrevista que él nació en esa provincia. Se siente así ya que el filme hace más de mostrar acciones que decirlas, en esa atmósfera de la mujer y su labor con el agave, se cuelan preguntas cómo ¿desde cuándo y cómo se hace el cultivo del agave? Por la forma expositiva que tiene junto con la puesta en escena realista funciona como documental donde uno puede preguntarse muchas cosas y también sorprenderse de las lluvias, los rayos, las montañas, las plantas y las personas que lo habitan.
La ambivalencia o ambigüedad sucede con personajes que no llegan a definirse, historias paralelas que no llegan a concluir ni ser formales dentro de la narrativa. Así también la música incidental funciona como exclamación para elevar la historia a una función emocional de mucha tensión y expectativa, cuando el mayor conflicto está en lo que ocurre en la naturaleza es por ello que el personaje principal, el primer del filme, es el agave y los demás son personas que viven, intervienen de forma circunstancial a su alrededor, de forma expectativa son los hombres que trabajan en la fábrica y la dueña, la mujer asume responsabilidades de cara a su empresa y frente a sus colaboradores se muestra implacable, como la misma naturaleza, que daña los cultivos con plagas y producto de una intensa lluvia, inunda la fábrica. Por ello Dos estaciones, nombre que viene del tequila y que da título a la película, es una configuración potente para hablar sobre la tierra y su conexión con el que la trabaja. La fotografía tiene mucha expansión por sus encuadres y las distintas tomas. Habiendo primeros planos, landscapes, medios planos, planos fijos y seguimientos. La fotografía es puntual sin hacer propuestas estilísticas, no llegando a ser excesiva solo juega a mostrar y hacer el seguimiento, a encuadrar el proceso como un documental expositivo con estilo propio.
Una película que no explota en emociones ni transita en un argumento locuaz. Solo lleva a conocer estas tierras. Pero no por eso nos deja libres sino que se entierra bien, se posiciona bien, atándonos al hilo conductor. No hay conflictos más que el de la producción que se ve afectada por la plaga o la industria que está en crisis por las empresas extranjeras. La película puede ser entendida como un convenio entre el capital, la mano de obra, la dirección ejecutiva y la cultura mexicana. Esto es lo más importante por ello mismo sin embargo está en la superficie y pasa desapercibida. Una vaca que mira a la cámara, unos rayos que desatan el desenlace de la fábrica y que luego serán consumados por su dueña en la provocación de un incendio que no solo daña su hacienda sino la hacienda vecina, de dueños extranjeros ¿un hecho fortuito? El daño es colateral. Es parte de nosotros completar esta historia y sacar conclusiones. Me quedo con sus encuadres, el ritmo atmosférico, la tensión que enmarca con la entrañable tierra de Los Altos de Jalisco.