Andrea Villalón Paredes 11.11.2022
Hace un año encontré en un trastero de mi casa una maleta que tenía una videocámara y cuatro cintas de vídeo. Instintivamente, mi primera reacción fue intentar encender la cámara. Para mi decepción la batería estaba totalmente quemada. Tras grandes esfuerzos y búsquedas por internet de los cables indicados, pude acceder a ella y ver el contenido de las cintas. Había alrededor de 4 horas de metraje de cuando tenía cinco o seis años de diferentes viajes y celebraciones; navidad, mi cumpleaños, natación… todas aquellas imágenes que había vivido, ahora me parecían totalmente nuevas, porque, hasta ese entonces, habían estado en el olvido. Al verlas, después de dieciséis años, evocaban una sensación de disociación, a la vez que aprendizaje de quién yo era. Este contexto lo considero importante porque en esta anécdota tan mundana, que le podría pasar a cualquiera; en esta elipsis de tiempo, surge Aftersun.
La película nos retrata un viaje entre Calum (Paul Mescal) y Sophie (Frankie Corio), en lo que parece ser la creación de unos recuerdos padre-hija que marcarán a ambos para siempre. No obstante, algo oscuro comienza aparecer cuando Sophie empieza a revisitar dichos recuerdos veinte años más tarde.
De todos los filmes que hay sobre la introspección, el de Charlotte Wells lo hace desde la sensibilidad, deja que su película hable por sí sola, sin confrontación o diálogos llenos de dramatismos; rehúye del conflicto, uniéndose así a la línea de cineastas, como Céline Sciamma, que escapan de las reglas preestablecidas e introducen valores nuevos que reinventan el cine.
El recurso de los vídeos caseros, tan ajeno para unos y tan desencadenante para toda una generación, se utiliza con total ingenio, sirviendo de puerta entre el presente y el pasado de Sophie, destruyendo el recurso del flashback y dándole un nuevo significado. El espectador no sabe qué es exactamente presente y futuro, porque verdaderamente todo se yuxtapone. Una manera de indicar que nuestro pasado marca quienes somos, por eso, la necesidad de revisar lo que damos por sentado, lo que sabemos de nosotros mismos y de los demás. A esto se le añade la capa en la que Wells retrata la inocencia de Sophie con la realidad de Calum. Es totalmente desoladora al mismo tiempo que cotidiana; los gestos, las muestras de afecto, los visuales, la música, el difuminado entre el mar y el cielo; el sol, los cuerpos… todo es sensiblemente terrorífico para plantear cuánto entierra de sí mismo una figura parental para seguir adelante y cómo afecta a quiénes le rodean… cómo todos cargamos un mundo secreto sin que nadie sepa nada.
Aftersun es un slow burn que desprende hiperestesia, atributo que también se requiere en su visionado, para poder abrirse a la idea de descubrir una verdad por error, es una experiencia recíproca; es un filme que sin apenas dramatismo o sufrimiento, sin decir aparentemente nada, consigue crear ese nudo en la garganta que deja al espectador emocionalmente noqueado y preguntándose sobre sus propias experiencias. Con ello, Charlotte Wells consigue ponerse a la altura de cualquier director de renombre y demuestra que el cine tiene todavía mucho por decir. Únicamente con su primer film.
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