Andrea Villalón Paredes / 22.03.2023
Desde hace algún tiempo, en redes sociales se ha visto una «apropiación» del arquetipo de «mujer desquiciada» o «unhinged woman». Muchos de los personajes vienen de películas como Gone Girl de David Fincher, Pearl de Ti West, Fleabag de Phoebe Waller-Bridge, Cisne Negro de Darren Aronofsky, etc. Todos estos personajes tienen algo en común y es lo caóticos que son. A veces por un trauma que no ha sido bien procesado y que acaba convirtiéndose en una persona tóxica y/o violenta.
Seamos sinceros, los personajes femeninos psicóticos siempre han existido, un ejemplo de ello es Possession, Suspiria, Inocencia interrumpida, etc. antes estos personajes eran simplemente una caricatura que dibujaban, una vez más, a las mujeres como seres emocionales e inestables con la incapacidad de controlarse. Porque al contrario que los hombres, cuando algunas de estas emociones (llantos, gritos, violencia…) salían a la superficie, automáticamente hablamos de una mujer que está completamente loca, no hay cabida para otra cosa. Socialmente, es evidente que a las mujeres se nos permite ser más emocionales que a los hombres, no obstante, este tipo de emociones solo se permiten expresar de una única manera, donde, por ejemplo, la violencia no tiene cabida o donde llorar solo se permite durante un contexto y estética específicos. De todas maneras no quiero enfocar este artículo sobre las diferencias de género emocionales, sobre si los hombres pueden ser violentos y las mujeres no… sino en reflexionar en el porqué la cultura popular ha cambiado hasta el punto de abrazar las etiquetas como mujer psicótica, loca, desquiciada, etc. y las consecuencias de esto.
El feminismo de 2015
Si miramos hacia atrás, hace ya casi unos diez años, hubo un rebote que ponía a la mujer como figura empoderada. La cultura popular se llenaba de imágenes de mujeres dirigiendo negocios, completamente independientes, sin depender de nadie. Todo el mundo quería ser Katniss Everdeen, en la radio sonaba «you’re the man, but I got the power» (tú eres el hombre, pero yo tengo el poder) o «Michelle Obama, purse so heavy gettin’ Oprah dollars» (A Michelle Obama le pesa la cartera de tener billetes de Oprah). Beyoncé abría su actuación de los VMAs de 2014 con “Femenist: a person who believes in the social, economic and political equality of the sexes” (Feminista: una persona que cree en la igualdad social, económica y política de los sexos). Una frase de Chimamanda Ngozi Adichie (autora de Todos deberíamos ser feministas) que mucho después afirmaba que el feminismo de Beyoncé no era su feminismo. El problema de dicho feminismo es que es completamente neoliberal. No se cuestiona quién tiene acceso a la redistribución del poder y lo que supone para las otras mujeres que no son #GirlBoss seguir estando sometidas a una jerarquía, siquiera cuestiona qué es ser mujer, no tiene ningún tipo de análisis de género más allá del «cobras menos por ser mujer, da el paso adelante, rompe el techo de cristal, abre un negocio y sé tu propia jefa». No obstante, para las otras que no puede hacer esto (la mayoría de la población) surge la pregunta de ¿qué importa si tienes una jefa si sigues sin poder llegar a fin de mes?
#MeToo
La anterior tendencia acabó tras la llegada del #MeToo. Actrices de Hollywood salían a denunciar el acoso y abuso sexual que habían sufrido. Entonces empezó a resonar la pregunta, si estas mujeres que están empoderadas no pueden escapar, ¿de qué sirve empoderarse?, ¿qué nos espera a las que no tenemos dinero, ni fama? Este movimiento dejaba al descubierto el feminismo neoliberal, resulta que ser una mujer independiente no acaba con la opresión sistemática. A partir de ahí la cultura popular empezaba a buscar una nueva identidad. Es aquí cuando nace el prototipo de «mujer desquiciada». Porque es una contraposición a lo anterior. Si estar empoderadas no era suficiente, entonces lo que queda es el recurso de la psicosis. Acompañado también de otros términos que se han popularizado como «female rage» o «rabia femenina». Que esta vez no es «soy emocional e inestable», sino un grito de impotencia, un «no puedo más». Pero esta respuesta, como su predecesor, también tiene sus defectos. Principalmente, porque como esas #GirlBoss, la mayoría de sus protagonistas son blancas, las cuestiones de raza o clase quedan totalmente aisladas de este movimiento. Solo unas pocas pueden expresar dicha impotencia. Y el consiguiente problema es que la rabia no está canalizada, no tiene propósito. Expresar emociones es lo más normal del mundo, pero cuando no entendemos la raíz del problema y simplemente nos limitamos a expresar el odio y frustración que sentimos, podemos llegar a una hecatombe sinsentido.
Canalizando la ira
Cuando la gente habla de Fleabag, lo hace para referirse a un personaje completamente caótico que no tiene una buena relación con los demás, ni consigo misma por el trauma que le supuso perder a su mejor amiga. Parece que lo único que ha resonado es lo cruel que es el personaje en la primera temporada. La segunda temporada arregla todo eso y la redime. De hecho, empieza con la frase «esto es una historia de amor» y no se refiere a la relación amorosa que se desarrolla en el trascurso de los seis episodios, sino a cómo Fleabag empieza a perdonarse a sí misma y a reconciliarse con los demás, entre ellas su hermana y su madrastra. Este tipo de arco de personaje es el que carecen muchas obras que enfatizan a la figura de las «mujeres desquiciadas».
En esta web, he citado algunas veces a Virginie Despentes. Aunque no concuerdo al 100% con lo que la autora dice, si hay cosas que me parecen revolucionarias. Para mí Despentes, es un ejemplo de que la rabia y la ira se puede canalizar y focalizar en movimientos feministas. La autora sufrió, junto a una amiga, una violación al hacer autostop. En su libro Teoría King Kong relata cómo de lo único que se arrepiente es de no haber matado a sus agresores con una navaja que llevaba en el bolsillo. Invita a otras mujeres que ha sufrido agresiones sexuales a reflexionar sobre cómo enfocarlo y cómo canalizar lo que sienten. Para Despentes, este tipo de cosas pasan por invadir y reclamar espacios que son puramente masculinos. Por eso afirma que prefiere «tener derecho a ser violada» que a quedarse en casa sin hacer nada. Puede sonar controversial, pero ofrece una mirada a la violación distinta del victimismo y al «ay, pobrecita que te haya pasado eso», porque verdaderamente a las mujeres se nos enseña que lo peor que te puede pasar es sufrir una violación. Es mejor la muerte que eso.
Otro ejemplo, mucho más reciente, es Adèle Haenel, la actriz francesa denunció a Christopher Ruggia por acosarla sexualmente cuando tenía 12 años. Más tarde, en 2020, abandonó los Césars al grito irónico de «¡Qué vergüenza!, ¡viva la pedofilia, bravo por la pedofilia, bravo!», después de que le dieran el premio a mejor dirección a Roman Polanski (en 1978, el director cambio de residencia a Francia para evitar la justicia estadounidense, que buscaba juzgarle por pedofilia, entre otras cosas). Haenel anunció el año pasado que dejaría de actuar en el cine porque intentó cambiar la industria desde dentro y al verse con la impotencia y la realidad de no poder hacer nada, decidió buscar otras alternativas. Ahora hace teatro, aparece frecuentemente en manifestaciones feministas y da charlas sobre el marxismo y cómo, para ella, es la única alternativa.
En lo más cotidiano, esto lo podemos observar en cómo una madre puede ser violenta, ya sea física o verbalmente o bajo un régimen de obediencia. Muchas veces este tipo de comportamientos vienen dado por la propia opresión que sufren/sufrieron y se transmite a los hijos por no tener herramientas para detectar el problema. Esto último se muestra en Todo a la vez en todas partes con el personaje de Evelyn Wang, el problema de no tratar esta rabia es que no solo nosotras sufrimos, sino que otros, los más cercanos a nosotras, sufren por nuestra culpa.
Todos estos ejemplos, tantos ficticios como reales, muestran que una vez entendido de donde viene el problema es más fácil organizarse y usar la rabia para enfrentarse a ello. Ya sea a nivel social o personal. Aunque la aportación de las recientes obras audiovisuales hacen un gran trabajo a la hora de mostrar que las mujeres pueden ser violentas, no deja de ser una respuesta a la frustración feminismo anterior, por lo que no debe cometer el mismo error y quedarnos a medias, que, por desgracia, es lo que está pasando. En la mayoría de casos, las obras concluyen sin ninguna alternativa y esperanza para su personaje. Ni siquiera llega a la pincelada de la deconstrucción. Si vamos a descartar ciertos patrones anteriores como lo de «sé tu propia jefa», «rompe el techo de cristal», etc. aprendamos también de los errores que cometimos. Primero que todo busquemos la interseccionalidad y a partir de ahí cuestionemos el porqué y cómo para entender qué es lo que está sucediendo e intentar arreglar el problema de una vez por todas, de nada sirve que sigamos dando tumbos de un lado para otro siguiendo una tendencia y repitiendo los mismos patrones. Por último, y siendo consciente de lo anterior, tomar acción. La violencia, la ira y la rabia sin un propósito son autodestructivas, con un propósito se convierten en herramientas.
siempre he creido que mi rabia afecta a la gente que me rodea, asi que la saco solamente en las protestas, mi fuerza en el gym, la utilizo para patear policias… Amé todo lo que lei, muchas gracias.