‘Matria’: entre la fuga y el destierro

‘Matria’ (2022).

Mario C. Gentil / 30.03.2023

La huida hacia adelante es un camino que regenera en nuestra espalda un peso del que nos libramos durante un muy breve tramo temporal, pero que se recarga rápidamente, puede que cada día, algo así como el mito de Sísifo. Desgraciadamente, todo un entramado sociocultural, y sobre todo, económico, expulsa a veces a los individuos a esa única salida. Matria (España), ópera prima de Álvaro Gago Díaz, que extiende a largometraje su propio corto de 2017, pone el foco en Ramona (María Vázquez) una obrera gallega de 40 años que vive con el agua al cuello y que se siente desbordada en todos los sentidos.

En el constante movimiento ansioso de la cámara, que además invade recurrentemente en primer plano a su protagonista hasta oprimirla en la pantalla, vemos esa interminable búsqueda de no se sabe muy bien qué: recursos y soluciones a lo máximo para sortear el día, una muy triste realidad a la que se ve avocada con frecuencia la clase obrera. Sin embargo, la película profundiza aun más, y lo hace a través de una mujer, en una edad a la que el entorno empieza a cerrarle puertas laborales, que ha sacado fuerzas de donde no las había para criar a una hija, pero que todo este bucle no ha hecho sino crear profundas grietas en la familia y en su propio carácter, siempre irascible, de una persona muy calurosa. El eco de Chantal Akerman y de su casi renacida película Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles (1975, Bélgica), que incluso se homenajea explícitamente en cierto momento, resuena en el fondo de una película que formalmente se acerca mucho más a otra obra española donde la lucha existencial y la imposibilidad de reconciliación interior en un entorno que se vuelve hostil resquebraja la personalidad y la naturaleza del ser humano: La herida (Fernando Franco, 2013).

‘Matria’ (2022).

Pese a la frontal direccionalidad de su protagonista, la película apunta en muchas direcciones, haciéndose expansiva, tocando así muchas problemáticas que acompañan y que no pueden desligarse las unas de las otras. La precariedad laboral, las dificultades acusadas para las madres solteras, incluso el abuso machista ante el que se ven obligadas a transigir, y cómo todo esto deja una irreparable patología en las personas o en las relaciones familiares. Incluso apunta esa falta de aire (no es aleatorio que la enfermedad diagnosticada de la protagonista sea el asma), a esa marea que arrastra, dramáticamente, a los locales fuera de su tierra. Mientras que el coche rojo de Hamaguchi en Drive My Car (2021, Japón) funciona como la nave vehículo en la que reencontrarse, aquí el Peugeot color sangre puede ser interpretado como un símbolo de lo que no conduce a ninguna parte, de las pautas escapistas, sistemáticas y de forma involuntaria adheridas, que se dejan en herencia; germinadas eso sí, por un sistema económico que destierra a los individuos.  

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