Mario C. Gentil / 04.10.2022
La última película del coreano Hong Sang-soo, tuvo en el Festival de San Sebastián (en la Sección Oficial) su première internacional. La cinta continúa con la impronta característica de sus últimos trabajos: un cine minimalista, el total control del cineasta en todos sus apartados (aporta, además de la dirección, el guion, la música y la fotografía), planos que se dilatan en el tiempo, unas conversaciones reposadas, y la participación de sus dos actores fetiche del momento: Lee Hye-young y Kwon Hae-hyo.
La historia trata de un cineasta entorno a la cincuentena que acude con su hija, con la que no tiene gran comunicación, a casa de una antigua amiga decoradora de interiores, ya que la joven quiere aprender el mismo oficio.
En esta ocasión, Sang-soo elige un bello y luminoso blanco y negro para contarnos una historia elíptica, donde la calma narrativa prepondera en todo el filme, y en el que se nos invita a sentarnos, consiguiendo, de la manera que casi que solo este autor sabe, integrarnos dentro del filme sin por ello hacernos dependientes emocionalmente de lo que ocurre. Pareciera que el proceso catárquico que se atribuye a las obras artísticas, especialmente a las teatrales, desapareciese aquí. Y, sin embargo, el autor consigue que nos introduzcamos en su escenario de otra manera, nos abraza con su espacio. Nos da un lugar en la obra desde la tranquilidad, desde la pausa, nos invita a ser uno más con el filme sin poner nuestro corazón en juego (y no por ello sin traspaso de emociones). Lo cual, aparte de ser habilidoso, denota un respeto profundo por el espectador, y a la vez una autenticidad e integridad irrenunciable con su propia mirada.
La ligereza, la liviandad de su cine podría ser paradójica cuando lo que reina es el diálogo, cuando el tiempo parece que no pase, cuando realmente las acciones son casi por completo nulas. Pero esta invitación a participar en un trozo de vida, utilizando un sonido que se limita, exceptuando en los pocos momentos de transición y lirismo donde la música aparece, a darnos un fondo urbano que incide más si cabe en ese sentido presencial, y con una fotografía que ahonda más en este pacifismo visual, descargan por completo de lo que en otro caso podría ser simplemente la contemplación de dos personas en un infinito diálogo.
A propósito de esto, un ejemplo: ‘Mi cena con André’ (1981) de Louis Malle, que comparte cosas con el cine del coreano. La cinta americana del sensible maestro francés llega incluso a momentos reflexivos todavía más altos debido a la intensidad filosófica de dichos relatos, pero no nos acoge de igual manera, y puede llegar el momento del agotamiento mental. Esto aquí no ocurre, pues los elementos cinematográficos van en un tono tan armónico con el discurrir de los minutos y la vida que no hay posibilidad para ello. Además, tiene la habilidad de espaciarnos las escenas con unos saltos temporales muy elegantes y poéticos.
Eso sí, se le podrían achacar dos pegas: la primera, más inmediata, es que la cinta se parece demasiado a la anterior (‘Delante de tí’, 2001), y si un espectador las ve con demasiada cercanía en el tiempo, puede que esta magia expresiva se vea minimizada (que eso sí, volverá a ganar con el tiempo cuando se repose mentalmente la película). Y la segunda, y más general, es que su cine tiene esta capacidad de asiento para personas de unas clases concretas, pues sus historias, aunque si bien tratan de sentimientos universales, caminan con ritmos que la gran mayoría de personas no se pueden permitir, y puede ser que se viesen rechazadas al no verse reflejadas. Es lo único que a mi parecer puede crear distancia, y por ello, espero el momento en que el cineasta nos dé otra muestra igual de creíble de su muy buen cine eliminando esta última barrera.
En conclusión, para cerrar esta crítica que se me ha alargado más de lo que pretendía, ‘Walk-Up’ es una prueba más de que Hong Sang-soo hace una cosa muy especial en sus películas, y es que acorta los caminos comunicativos: la cámara es su mirada, y a su vez, nosotros vemos de manera diáfana desde ésta, como si nos prestase sus ojos. Hay una suerte de fusión que hay que valorar muy positivamente.
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