Mario C. Gentil / 24.06.2022
La última película de Jonás Trueba, Tenéis que venir a verla, se encuentra en las salas de los cines españoles. Sin ser la pieza más revolucionaria del año, sí que se puede afirmar que constituye una rareza en el cine actual.
En poco más de 60 minutos, y con un humilde despliegue de medios (rodada en Súper 8), la película consigue transmitir con suficiencia. Se puede a la vez encuadrar en una temática de obras muy en boga en el momento: el replanteamiento existencial que se produce en la treintena. La cinta parte del encuentro de dos parejas de amigos, que ya no se ven tanto como solían. Tras la irrupción de la pandemia esto se acentúa, y más si cabe cuando una de las dos parejas se va de Madrid para vivir en una casa de pueblo. En el encuentro, esta pareja invita a la otra a que conozcan la mencionada casa.
En este caso el mencionado topic no es tratado desde el impacto narrativo, o con un fuerte ahínco en el drama. Con aire a relato literario, y puntualmente saliéndose de los márgenes preestablecidos, la cinta está contada desde un punto de vista sereno, reflexivo, pero siendo realmente certera a la hora de reflejar unas verdades que parece que se dan veladas, en la que los personajes hablan más cuando callan. Y eso que los diálogos no son nada despreciables.
Es una obra que hace en parte sentir incómodo al espectador, que a la vez consigue que empaticemos con sus personajes y nos miremos en ellos. Éstos están escritos de tal manera que nos tocan por su sincero realismo, logrando todos los actores y actrices, cuatro en total, darles vida sin que se pierda un ápice de ese naturalismo intencional.
Se da también un contrapunto entre los diferentes sentimientos de los personajes, pero a la vez, formando un todo, y recogiendo un espectro de pensamientos, de base cotidiana, y hondura existencial, en los que todos, por actividad o por omisión, participan. Es por lo tanto, también, un pequeño retrato de la vida en pareja, no enfocándose esta película tanto como otras en la individualidad de cada uno.
Tanto en la fotografía, de Santiago Racaj, en la que se recogen bien interiores y exteriores, un trocito de ciudad y un trocito de campo, como en la música, diegética (Chano Domínguez) y extradiegética, que aparece en contados pero apropiados momentos para situarnos en el clima de la película, son elementos para destacar.
Tenéis que venir a verla con poco consigue con creces su cometido, y es además una buena muestra de que se puede hacer buen cine y transmitir sin necesidad siempre de un abultado presupuesto o una idea súper ambiciosa .
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