‘Megalópolis’ – Dir: Francis Ford Coppola
Francisco J.Pacheco / 28.09.2024
Ya en los años 80 Francis Ford Coppola hablaba de su interés en llevar a cabo un ambicioso proyecto cinematográfico que ha acabado por estrenarse este año en Cannes. La crítica lo ha recibido con compasión por el legado de la leyenda del celuloide que la dirige, pero no se ha mostrado cómplice de su desmesura. Este fin de semana Megalópolis llega al fin a los cines españolas, y lo hace no exenta de polémicas, desde las acusaciones de acoso sexual durante el rodaje contra su director, hasta un tráiler que inventaba reseñas falsas de anteriores películas de Coppola en un intento de deslegitimar el rechazo de la crítica especializada.
En tono grandilocuente, pomposo y megalómano —valga la redundancia—, Megalópolis imagina el futuro anclándose con fuerza en el pasado. Siendo una película que ha tardado toda una carrera en llevarse a cabo, era de esperar una condición algo anacrónica, pero parece haber llegado casi 100 años tarde. El futuro utópico (o distópico, según la secuencia) de Coppola es la visión que tendría un artista del principios del siglo XX, hasta tal punto que la Unión Sovietica continúa presente en lo que se presenta como el tercer milenio. El veterano cineasta parece ignorar todo lo sucedido en los últimos 90 años, tanto dentro como fuera de las pantallas, hasta llegado casi el final del film, en el que resuenan fuertes ecos de nuestros días. Una auténtica lástima para el que ha sido un adalid de la innovación en el cine, y del que con su filmografía ha escrito importantes páginas de la historia del séptimo arte. Sí que hay algo vanguardista en Megalópolis, sobre todo esa ilusoria interacción con el público que pudo verse en Cannes pero que no ha trascendido a las salas españolas. Sin embargo, tanto Drácula (1992), como Apocalypse Now (1979) como El padrino (1972), se sienten mucho más modernas que lo nuevo de Coppola, a pesar de haberse estrenado treinta, cuarenta y cincuenta años antes, respectivamente.
Si algo bueno hay que decir a favor del film es que tiene grandes hallazgos conceptuales a nivel visual cuyo brillo sobresale frente a la estridencia del resto de la cinta. Pero lamentablemente también hay demasiados momentos chirriantes que no tardarían en convertirse en memes si Megápolis fuera capaz de calar en la cultura popular de la generación Z, algo que no parece muy probable. Adam Driver se defiende como puede interpretando a un arquitecto y científico que alza la voz entonando exagerada y exuberante filosofía para defender que su obra artística es el pilar que sostiene la sociedad a la que pertenece. Él deambula por una ciudad retrofuturista en la que no se descubre nada que no se le hubiera ocurrido antes a Fritz Lang o incluso a Segundo de Chomón, y que sirve de escenario para una fábula en la que el subtexto se definiría más bien como «sobretexto». De hecho, si no fuera por los nombres de los créditos finales, Megalópolis podría pasar por una película filmada a principios del siglo pasado y restaurada en color con la tecnología actual. Las palabras malsonantes y las escenas sexuales la separan de encuadrarse en los tiempos del código Hays.
En la metrópolis de Nueva Roma solo importa la política, cultura y sociología que se mueve en el ámbito local. El nombre, por supuesto, no es baladí, sino que todo en la película está plagado de numerosas referencias al Imperio Romano. No en vano todos los personajes tienen nombres de la talla de Cicerón, Claudio, Craso o Catilina, siendo este último el protagonista. Eso sí, para su «praenomen» Coppola ha escogido el de César, para que a todo el mundo le quede claro que estamos hablando de romanos y él es el pez gordo. No obstante, apenas hay relación entre los personajes de la película y las figuras históricas a las que referencia. A pesar de que la Conjuración de Catilina fue precisamente el punto de partida del cineasta al embarcarse en esta epopeya, junto con la ciudad de Nueva York. Y es que la película deja bien claro que Nueva Roma no es sino una versión futurista o una recreación de la ciudad que nunca duerme, con su Estatua de la Libertad y un edificio Chrysler en cuya cúspide se encuentra el despacho del protagonista. Estas referencias arquitectónicas y un japonés caracterizado como Elvis ondeando la bandera yanqui bastan para recalcar que la sociedad satirizada sigue siendo la estadounidense. Aún así no hay duda de que el género predominante en Megalópolis es el péplum, invocado en la puesta en escena, en los planos, en la música e incluso en secuencias como la que tiene lugar en el coliseo, con peleas de gladiadores y con actuaciones musicales en las que Coppola demuestra que podría haber sido un excelente realizador y director artístico en el festival de Eurovisión. En el esperpento solo falta que Grace VanderWaal tararee la banda sonora de Gladiator. En su defecto se acude a la Entrada de los gladiadores de Julius Fučík, pero para el uso que le ha otorgado la cultura popular: servir de música para acompañar a los payasos (literalmente). La buena noticia es que en el futuro pasado de Coppola el latín ya no es una lengua muerta, la gente sigue leyendo la prensa en papel y se recuerdan las películas de Hitchcock. Toda una esperanza para los que nos dedicamos a esto de la crítica cinematográfica.
Ante Megalópolis es inevitable acordarse de El hombre que mató a Don Quijote (2018), el proyecto totémico que le costó al bueno de Terry Gilliam dos décadas de su vida y un traumático rodaje fallido en La Mancha que pasaría a los anales del cine. Y curiosamente, Adam Driver también fue el actor que recogió el testigo para el rol protagonista de la aventura. No obstante, en la opinión de este que escribe, Gilliam finalizaba su triple tirabuzón cayendo de pie, aunque no exento de alguna que otra torpeza. Frente a aquel delirio barroco, Megalópolis supone un descalabro, y en absoluto se la recordará como la obra cumbre de su director, por suerte. Se empeña, a la fuerza, en introducir un elefante colosal en la sala de cine que fuerza al espectador a levantarse de su asiento para dejarle el hueco que necesita. En fin, que no se la pierdan.