Mario C. Gentil / 27.05.2022
Ya ha llegado a la cartelera de nuestros cines (tras su spanish premiere en el pasado Festival de Cine Europeo de Sevilla) la película libanesa (en coproducción con varios países) Costa Brava, Líbano. Dirigida por la debutante en solitario en la gran pantalla, Mounia Akl, la directora del Líbano escribe también el guion junto con la directora y guionista española Clara Roquet, que saltó a la fama tras estrenar el pasado año Libertad, película que obtuvo muy buenas críticas y con la que incluso ganó el premio a mejor dirección novel en los Goya’22.
Pues bien, hay bastante del estilo de Libertad en esta película, y también, de otra película española recientemente estrenada y mundialmente agasajada tras su victoria en la Berlinale: Alcarrás de Carla Simón. Esta misma mirada reflexiva, femenina, en el que se produce un coming-of-age, en el que se insertan relatos de personas atrapadas, en las que las relaciones familiares son el núcleo de la película, dándose transiciones entre personajes para darnos cachitos muy representativos de cada uno, todo en un estilo muy realista, apoyándose tanto en lo visual, como en los diálogos, los silencios y las miradas… todos estos elementos aparecen en esta obra, en lo que puede ser un coincidir de estilos, una influencia, o una misma visión de la vida debido a la generación y el género, pero que perfectamente podría circunscribirse en esa lista de películas que la nueva ola de cineastas nóveles están aportando.
Si bien, es una historia que trata de su tierra, el Líbano, y más concretamente, el contraste entre la asfixiante e incluso insalubre Beirut, y el espacio rural libanés en el que la familia protagonista lleva años retirada. Este mismo contraste se da entre miembros de la familia y según sus formas de ser, donde unos se sienten atrapados en esta especie de destierro, y otros aprecian estar en la naturaleza apartados del bullicio de la capital y tienen un sentimiento de pertenencia con el lugar.
La trama se articula utilizando una problemática política de Beirut, que es la del control, eliminación y reciclado de la basura, y los pocos medios que hay en el Líbano para solucionar un tema que deriva en otros mayores como son el ecologismo, la contaminación o la corrupción política. A la familia le llegan unos representantes del gobierno, anunciando que les expropian las tierras allende la casa y la convierten en un punto de eliminación de residuos, supuestamente ecológico.
Debido a ello, las diferentes formas de ser, los sentimientos reprimidos, la búsqueda de la identidad, el proceso de madurez, la lucha y la rebeldía, la defensa de la tierra, la necesidad de adaptación o las reflexiones existencialistas aparecen en los diferentes personajes en los que estos temas van desarrollándose y transicionando.
No obstante, y pese a que la obra es loable y valedora de los mismos elogios por lo que las otras dos han sido tan bien recibidas, Costa Brava, Libano tiene una grandeza algo menor. Quizás digo esto por estar contaminado por el recuerdo de las dos mencionadas recientes películas, ya que apartados como la fotografía de Joe Saade, la utilización de algunos planos o la construcción de los arcos de los personajes son de un magnífico nivel.
Los actores están todos muy convincentes, con una dirección actoral de las jóvenes actrices que también repite patrón con las jóvenes cineastas que están debutando este último lustro, pues pareciera que estas mujeres nos estén dando una nueva mirada infantil ante la cámara que casi no se repitiera desde el neorrealismo italiano.
Desde luego, la cinta aporta, tanto en las multitudes de cuestiones humanas que plantea, como en la doble tarea de ensamblar un relato de personajes en una problemática que retrate, tanto contextualmente, como en esencia, situaciones del Líbano.