Mario C. Gentil / 30.11.2022
Armageddon Time (2022, EE.UU.), última cinta de James Gray (La noche es nuestra, Two Lovers, Ad Astra) se estrenó el pasado viernes en las salas de nuestro país. La cinta aborda de una manera cercana, desde la mirada de un niño, el proceso del cambio. Un coming of age que se produce a través de un cambio de curso, un cambio de colegio, un cambio de entorno y de disciplina, un cambio en la familia, y hasta un cambio de presidente del gobierno. Hay aquí, del director y guionista estadounidense, mucho de autobiográfico.
Paul Graff (Michael Banks Respeta) es un niño de familia judía risueño pero malcriado e irrespetuoso, que, pese a que se entienda que tiene cosas propias de la edad, consigue exasperar con su comportamiento. Al mismo tiempo, la cinta va dando también pinceladas de su lado entrañable debido a su imaginación, su interés por la astronomía y la pintura, y a una amistad sincera e igualitaria con el chico repetidor de su clase (Jaylin Webb). Sin embargo, pese a estos momentos, Paul tiene un comportamiento irritante. El filme tiene en el propio concepto del cambio su gran logro: cuando los padres toman medidas severas para corregir la conducta de su hijo, es cuando entendemos que se pierde más de lo que se gana, que un niño pierde su pureza y su esencia al entrar en los dogmas hiper estructurados (del partido republicano estadounidense en este caso). La cinta interpela al espectador haciéndole sentir culpable, y a la vez clarifica de nuevo que la derecha, su totalitarismo, su clasismo y su racismo, aparte del daño directo que hacen, intentan rebajar la riqueza moral y creativa de las personas a las que atraen. Este cambio de tono, producido en su mayor medida por la buena escritura del guion, y muy ayudado por las buenas actuaciones tanto de los niños como del estelar reparto de la cinta (Anne Hathaway, Anthony Hopkins o Jeremy Strong), es el mejor aspecto de una cinta que es también un relato de amistad, de sueños rotos; un duro alegato contra el racismo, y el retrato de una época.
El problema es que la película versa sobre unos temas ya muy vistos en la gran pantalla (por mucho que lo haga sinceramente y desde su historia personal). Y aunque es formalmente correcta, no posee en su puesta en escena ningún elemento de verdadera genialidad, sorpresa o novedad. Sin embargo, hay que quedarse con lo que emana esa lección de rebeldía, que, pese a que al principio pueda parecer negativa, da pruebas de que tiene más fuerza y personalidad para saber alejarse de lo verdaderamente malo. Unos travellings hacia atrás en diferentes estancias que han marcado la película firman y simbolizan todo eso: ese cambio, esa despedida forzada, pero también, esa huida de lo que uno desde muy pequeño sabe que no quiere.