Mario C. Gentil / 03.11.2022
Desde un plano cenital se nos presenta a Andrea, una chica en la pubertad que dispone una serie de cuerdas componiendo una estrella, y que hace un llamamiento al cielo, del que no obtiene respuesta. Acto después hay un cambio de plano, a un contrapicado en el que vemos su vestimenta y que deja de fondo el cielo, para cerrar con un último corte, a un plano cercano, en el que la joven se acerca a la piscina hinchable del hermano, en la que juega. La cámara se centra en una muñeca tipo Barbie, desmembrada, que flota en el agua. Andrea toma las piezas y vuelve a montarlas, y deja al juguete en el agua… Así comienza L’immensità (Italia, 2022), la última película de Emanuele Crialese, que se encuentra en cines, y que pasó por la Sección Oficial a concurso del pasado Festival de Venecia.
Este drama se sitúa en la mirada de esta niña, que, a partir de esa primera escena, nos cuenta una historia sobre la construcción de la identidad de género, la falta de comunión con el entorno (“yo no soy de este planeta” afirma constantemente Andrea) y la sensación de estar en parte despiezada. La película se emparenta por temática y parte de la trama con Tomboy (Céline Sciamma, Francia, 2011), pero es una cinta que tiene muchísima más trascendencia en el relato el marcado contexto histórico en el que nos sitúa (Roma en los años 70), y que pese a enfocárnoslo desde la visión de la joven, la dependencia de la figura materna es de una importancia capital. La chica, que nació con el nombre de Adri (que ya de por sí puede tender a la ambigüedad, pues, aunque provenga de Adriana, tiene su homólogo masculino en Adriano), prefiere llamarse Andrea, un nombre que nos puede parecer todavía más ambiguo, pero que en Italia es eminentemente masculino (a colación citar un caso de 2008 en el que el registro civil italiano prohibió usar el nombre de Andrea para el género femenino). Ve en su madre Clara (Penélope Cruz), una persona en depresión por la situación de maltrato que sufre por parte de su marido, un modelo con el que no se identifica a modo de proyección personal, pero al que sí se inclina en cuanto al gusto sexual, pues la belleza de Clara es evidente. Aquí empiezan los símiles con la muñeca: Andrea, desmembrada en cuanto a identidad, tiene que armarse. Pero el modelo no puede ser su madre, también rota, y tan tradicionalmente femenina y cosificada como una Barbie. Además, estas oraciones que hace al cielo y sus alienígenas no son sino una transposición a la fuerte religiosidad italiana de la época (Andrea está en una escuela religiosa). Andrea procede de un lugar más avanzado, del futuro, de un espacio mucho más abierto, tanto como la inmensidad del cielo nos promete.
Formalmente, la película se nos presenta con una variedad total, confusa. Hay primeros planos, medios y lejanos. También planos cenitales, picados y contrapicados, steadicam, travellings laterales… que no hacen sino reflejar esa indeterminación identitaria, esa construcción desigual, o esa tendencia a no encajar en una identidad lineal que son la que la tradición y la familia tienden a imponer. Hay variaciones en el tono, transposiciones de comportamientos tóxicos masculinos, una afinidad sentimental total con su madre pese a ser ambas de identidades muy diversas, y a la vez una relación de protección que nos proyecta a la masculinidad. Y es que hasta hay veces en la que la mirada de la película abandona a Andrea para situarnos en Clara, pues es tal la ligadura que el relato no podría entenderse sin introducirnos en la mente y la mirada de la madre, de tanta influencia sobre su hija. También hay hueco para los modelos televisivos y sus iconos, que terminan de modelar tanto la personalidad marcada por el contexto en el que vive Andrea, como de insertar dinámicamente estas ensoñaciones que dan más variedad formal a la obra.
L’immensità termina por armarse, como puede, adecuando el relato y sus metáforas a sus aspectos formales. A la muñeca que es esta película desde luego no le falta la cabeza, tampoco las piernas, pues no cojea, y no se ve falta de brazos que te agarren o que abracen. No es de plástico y hasta tiene corazón. Incluso refleja esa sensación de vacío interior de sus personajes. También da juego, pero no sabemos si rápidamente quedará abandonada al olvido. A buen seguro, su mirada sí es humana. Y los alienígenas a los que Andrea llama, somos nosotros, a los que su luz del pasado nos ha llegado en la actualidad a nuestra nave, en la que vemos sus ondas de fotones desde una pantalla en las butacas del cine.