Mario C. Gentil / 15.06.2022
Este martes 14 de junio, en el CICUS (Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla) bajo el marco del 4º encuentro Ventana/Janela (del que pueden encontrar más información pinchando aquí) y que se realiza en colaboración también con el FCAT (Festival de Cine Africano de Tarifa y Tánger) pudimos disfrutar de Mandabi (1968), segundo largometraje de uno de los mejores directores de cine africano de la historia: el senegalés Ousmane Sembene.
Una de las fortunas, aparte de poder contemplar este cine tan poco accesible, ha sido la de asistir al pase de una versión restaurada en 4k, que dada la capacidad visual que tiene el cine de Sembene, y que las cintas africanas de esta época no suelen llegar de gran calidad, no podemos sino regocijarnos de haber tenido la oportunidad de asistir.
Y es que, tras realizar la potentísima La noire de… (1966), en un contrastado, limpísimo y luminoso blanco y negro, en Mandabi se ven estos mismos preceptos, pero a todo color. El cineasta, que trata siempre temáticas sociales, de denuncia, situadas en la época de descolonización, nos trajo con esta cinta una obra que bien puede ser una historia universal, pues atiende mucho a la condición humana, pero contextualizada en el Dakar de aquella época. Le valió al director el Premio de la Crítica del Festival de Venecia de 1968.
La cinta es una comedia, en tono satírico a veces, pero de un fondo bastante dramático. Ibrahim, que tiene dos esposas y siete hijos, recibe un giro desde Francia de su sobrino, y debe cobrarlo ante de que venza en 15 días. Pero ante la falta de documento de identificación, de dinero para conseguir uno, y con la dificultad añadida de la gente que se le junta en cuanto se enteran de la noticia del dinero, seguimos la odisea que tiene que pasar el protagonista para tratar de obtenerlo. La obra (con guion del propio director y basado en una novela suya) es tanto una denuncia social de sus gentes, como del entramado burocrático del país.
Como antes he mencionado, contiene a color esa luminosidad característica suya tan maravillosa que parece incidir como un sol platónico en una verdad que la historia ya nos cuenta, y que nos encandila visualmente, con una utilización colorista sin precedentes en el continente africano (si acaso su compatriota Djibril Diop Mambéty la alcanzaría unos años más tarde). El despliegue de vestimentas contrastadas con las arenas de las calles, las joyas y colgantes con las pieles, los tejidos y los utensilios con los pardos interiores… es de un gusto exquisito. Además, el diseño artístico es maravilloso, y lo vemos más fehacientemente en el contraste entre los interiores de las casas adineradas y pobres de Dakar.
Pero no acaba ahí la habilidad visual de Sembene, pues las composiciones también son sobresalientes en las calidades de los cuerpos, en la disposición de las figuras, los edificios, los árboles, las calles. Con planos, ya sean primeros, medios, largos o picados y donde demuestra una templanza, un pulso y un aguante de estos, que manifiesta, en definitiva, una capacidad técnica total, pero con una sencillez sin ningún afán protagonista. Es de esas películas que cada fotograma puede ser un cuadro (resalta por lo tanto la dirección de fotografía de Paul Soulignac).
Mandabi narrativamente también es muy buena, nos involucra en la historia, nos hace empatizar con los personajes, y a la vez los desnuda en sus naturalezas. Hay momentos con carácter casi documental, muy costumbrista, pero diferenciándose de sus coetáneos africanos por su formación académica, que aplica de manera magistral, y que nos lleva de una manera más cinematográfica que documentaria. A la vez los puntos de humor son muy humanos y como he mencionado, con un carácter universal.
Si hay que ponerle un pero a la película, es su última escena, que no envejece tan bien como el resto de la película, y que con otro remate más elaborado podría haber sido una obra por completo redonda.
Pero es, desde luego, un cineasta de talla mundial y del que hay que hacer una labor comunicativa colectiva para que les llegue a las poblaciones de todos los lugares del planeta, y reivindicar una de las figuras de la historia del cine, así como mostrar la capacidad y la autenticidad del cine africano. Esta tarea de difusión ya la hacen las instituciones mencionadas al inicio, a las cuales les doy las gracias, porque he aprendido y disfrutado. Ahora es labor de la crítica hacerse eco, como aquí intento, para que el cine de Sembene no pare de propagarse.