Andrea Villalón Paredees // 27.09.2022
El cine es otro mundo y nosotros somos dios, un ser omnipresente que todo lo ve y todo lo juzga. Durante dos horas se nos invita, explícitamente, a adentrarnos en el pasado, en 1862, concretamente a Irlanda, allí seremos testigos de unos hechos y, a la vez, juzgaremos cada relato personal que se nos muestra en pantalla, decidimos creerlos o no. Con esta introducción, Lelio nos invita a reflexionar donde están los límites de una película, donde comienza y donde acaba. Una introducción muy potente que abre un diálogo sobre la teoría del cine como puerta y umbral.
Sebastián Lelio hizo una película de ambiente similar en 2017 bajo el título de Disobedience. Mientras que en esta película tenía de epicentro la religión judía y la opresión que esta tiene sobre las mujeres, en esta película, se centra más en el poder de la narrativa, concretamente en la cristiana, y cómo la ficción se introduce en la realidad. Es una película muy teórica, no solo en la cinemáticamente, sino que también narrativamente.
Dejando los tecnicismos a un lado, la película nos muestra el particular caso de una niña que ha dejado de comer, e inexplicablemente consigue mantenerse viva y saludable. Dado este milagroso acontecimiento, miles de peregrinos y turistas la visitan, como si se tratase de una santa. Es entonces cuando se les encarga a una monja y a una enfermera la tarea de vigilar a la niña para intentar comprobar la veracidad de su situación.
Esta película es de las más ambiciosas en el apartado de guion de todo lo que he podido ver en el Festival de San Sebastián. No solo abarca un apartado teórico como se ha mencionado anteriormente, sino que también nos habla desde un punto antropológico: la religión y los milagros, la creencia, la represión, el patriarcado… y también desde el punto filosófico, sobre la búsqueda de la verdad. A esto se le une un diseño de producción y vestuario increíbles. Todo son engranajes de esta máquina que maravillosamente se mueve a la paz y culmina con la actuación de Florence Pugh, que consigue brindar un thriller extremadamente interesante que constantemente cuestiona a la audiencia, como si se tratase de un juicio, donde es cuestionada sobre qué es lo ilícito. Si tuviera que poner una pega es que a veces se hace monótona y pesada en el tratamiento de algunos de los conflictos que trata.
No cabe duda que por su alto contenido en teoría cinematográfica es una película que está pensada para ser vista en un cine (por muy pedante que suene y a pesar de que está producida por Netflix) desde Testigo de Cine, recomendamos encarecidamente que si se tiene la oportunidad de ver el filme en la gran pantalla, no pensarlo dos veces y verlo como se merece, ya que desde la comodidad de nuestro salón la película perderá algo de su sustancia al no tener ese aislamiento que la película requiere.
Si tienes curiosidad por la parte teórica del film, recomiendo la lectura del capítulo 2 de Introducción a la teoría del cine de Thomas Elsaesser y Malte Hagener.