Mario C. Gentil / 04.02.2023
Todd Field vuelve a dirigir una película dieciséis años después desde que filmara su segundo largometraje (Los juegos secretos) en 2006. Con TÁR (EE.UU., 2022) demuestra de nuevo su innegable capacidad como narrador con un relato sobre la caída de una compositora y directora de orquesta a cargo de la Filarmónica de Berlín. La cinta trata, sin llegar enfangarse del todo, la cultura de la cancelación en una historia que bien podría confundirse con un relato basado en hechos reales; y pretende, con cierto éxito, conseguir un juego de ambigüedades entre intención y verdadera culpa ¿Es Lydia Tár una mala persona? ¿Merece lo que le ocurre? Realmente nada de lo que vemos en pantalla justifica el descenso de la artista, y, a su vez, la cinta deja patente que la moralidad de Lydia Tár le avoca a la deriva. Con buen criterio, deja el cineasta una puerta abierta para la discusión, invitando al juicio individual que cada espectador debe formular en su cabeza ¿O es, quizás, una denuncia ante ese modo de actuar? En la fina línea entre acto-consecuencia e intencionalidad-culpa se mueve toda la película.
Field deja recaer el sustrato emocional en el carácter egoísta que vemos constantemente de una Cate Blanchett de nuevo vigorosa en su papel protagonista (“solo hay una persona en el mundo con la que trates sin pretender obtener un beneficio a cambio” le dice en un punto de la cinta su mujer en referencia a la pequeña hija de esta: única, con probabilidad, con quien siente un apego sano). Pero a la cinta la enmarca su banda sonora: hay un juego formal muy agudo que conjuga la habilidad de percepción de los sonidos de un genio de la música, con la irrupción de posibles fantasmas mentales que permite un desdoblamiento de su personalidad, donde el peso de la culpa nos da esta doble cara de Tár, a la vez que nos refleja su consciencia en lo que hace; e incluso, nos permite advertir su humanidad en forma de fragilidad íntima, muy alejada de la apariencia indestructible que proyecta al exterior. Un grito de horror en el bosque; un timbre que avisa de que la hora ha llegado; un levísimo zumbido de una nevera que la hace despertarse a diario… Todo este juego sonoro lubrica el acto central de una historia que, a pesar de empezar con un ritmo inicial lento, con planos de larga duración, acaba con un tercer acto de planos mucho más cortos, utilizando un montaje rápido donde pasan cantidad de cosas trascendentes en pocos minutos, con el mérito de que en ningún momento se altere el ritmo sostenido que contiene todo el metraje. La cinta tiene en sus logros ese tono narrativo que no varía, pese a que la trama y el lenguaje cinematográfico torna de la calma de la bonanza a lo vertiginoso de la caída al infierno.
Si bien, a la obra le falta abordar una cosa que parece sugerir, pero que no centra en su relato: la posibilidad de la injusticia de la cultura de la cancelación mediante el juicio popular en los medios y las redes sociales. Se queda algo flaca la propuesta en su desarrollo, y no parece ni escarbar la superficie. La propia Lydia Tár devora su película y no deja que otro tema sea el protagonista. Es posible que en su escritura el propio Todd Field se haya visto embelesado más por su personaje que por lo que parece la intención de fondo. Aun así, Tár tiene tantos matices, que por sí misma funciona.