Mario C. Gentil / 18.09.2022
El austríaco Ulrich Seidl, conocido internacionalmente por su trilogía ‘Paraíso’, alborota la Sección Oficial del Festival de San Sebastián con la película ‘Sparta’, una obra muy oscura y que viene con polémica (así lo demuestra la cancelación de su asistencia al Festival tras conocerse, vía Der Spiegel, que los actores no profesionales menores de edad, y sus respectivos padres, desconocían que la pedofilia se trataba en la película). En ella realiza un retrato sobre el perfil de un pedófilo del que muchos hemos podido al menos sospechar, pero que no se había llevado a la gran pantalla.
Ewald, un ciudadano austríaco de muy pocas luces (rozando la deficiencia), entrado ya en los cuarenta, es un inmigrante que vive en Rumanía desde hace años, y que ve su vida carente de sentido con su novia con la que tiene planeado casarse. De la noche a la mañana, decide irse solo a un entorno rural.
La cinta consigue situarse, sin blanquear ni normalizar, en la posición de un pedófilo muy carente de capacidades, de mentalidad muy infantil, que adora pasar tiempo rodeado de niños, y con los que disfruta observando. Para ello, Ulrich nos propone una cinta visualmente límpida, diáfana, serena, para que los hechos hablen por sí mismos, con la naturalidad que tiene esta aborrecible inclinación. Y en el centro, esta figura que puede estar en multitud de localidades del mundo, que posee cierto halo de inocencia, pero a la que por ello no perdona. Pues pese a ser un pobre demonio atado a su negro destino, nos muestra la sombra de horror y la amenaza que puede suponer para esas almas inocentes que son los niños.
En ese mantel blanco que es el encuadre, nos descuartiza una serie de turbiedades, de muy incómodo visionado, y aún más difíciles de digerir. Pese a ello, no es una obra realizada por mera provocación, no busca en ningún momento ningún tipo de morbo, donde no se explicita nada, pero tampoco se oculta, realizando un dibujo bastante nítido tanto del mencionado personaje, como también de la pobreza económica en la que tipos así tienen su campo de actuación. Es una obra que debe visionarse, tanto por la exposición que se hace, como por no ser una película, cinematográficamente hablando, nada despreciable.
Posee calidad visual, cierta tensión narrativa, y una temática que nunca se había abordado de esta manera. Si bien es cierto, la cinta tiene una cadencia de ritmo no apta para cualquiera, que, acompañada de la ausencia musical, y de la aspereza argumental, puede acabar imponiendo una distancia con el espectador.
No sabemos si ganará o no la Concha de Oro, pues probablemente haya mejores películas, pero, desde luego, es un acto de atrevimiento rescatar una realidad existente y mostrarla de una manera tan cristalina para que el espectador sea el último juez. No entramos a debatir la moralidad del acto por el que se ha generado la polémica, pues este artículo es su crítica cinematográfica, y ese tema requeriría uno por sí solo.
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