Francisco Pacheco / 19.05.2023
Los whodunits, historias en las que se plantea un intrigante asesinato y la búsqueda de autor ocupa una parte esencial del relato, no faltan en el panorama cinematográfico actual. Ya solo con la franquicia iniciada por Kenneth Branagh mediante sus adaptaciones de las novelas de Poirot (ya van 2, y una más en camino) y el hallazgo de la mina de oro de Rian Johnson aportándole mucho humor a su saga de Puñales por la espalda, podemos decir que el género vive uno de sus momentos más dulces en las salas de cine.
No obstante, la nueva película de François Ozon bebe mucho más del teatro que de las historias de Agatha Christie, como ya pone de manifiesto el telón rojo con el que el reconocido cineasta francés nos da la bienvenida a su particular función. Mi crimen (Francia, 2023) no oculta en ningún momento que antes de ser película pasó por las tablas de los escenarios franceses, siendo una adaptación de la obra homónima que Georges Berr y Louis Verneuil concibieron en 1934. Su origen teatral queda patente en su puesta en escena, interpretaciones e incluso en la dirección de Ozon, que se divierte como un niño travieso con un montón de juguetes a su disposición: Primero parece reforzar el tono teatral a través de una cámara que prefiere moverse para cambiar de encuadre en lugar de hacerlo por montaje, pero no tarda en dar el cambiazo a una mera sucesión de planos y contraplanos. También, aprovechándose de la década de los 30 en los que está ambientada, Ozon se vale de la estética del cine de la época para diferenciar los relatos, pensamientos y elucubraciones de los personajes, remarcados del resto de la función por un cambio a blanco y negro y formato 4:3.
Más allá de su lenguaje visual, Mi crimen es esencialmente una comedia de enredos en la que poco importa la resolución del crimen. Como ya sucedía en 8 mujeres (François Ozon, Francia, 2002) —otro «whodunit» que también se acercaba al teatro, pero esta vez al musical—, el foco se sitúa sobre las diparatadas situaciones que se desatan durante la cinta, a las cuales se han de enfrentar arquetipos dispares diseñados para la fluidez de la comedia: la astuta Pauline, la ingenua Madeleine, la pícara Odette o el galán Palmarède; todo ello orquestado al más puro estilo de las «Screwball Comedies» norteamericanas. Con una presencia mayoritariamente femenina, Ozon aprovecha para ridiculizar ciertos discursos de la época, que aunque en los años 30 ya resultaban arcaicos, por desgracia y para nuestro desconcierto, siguen estando muy presentes en 2023.
Sin embargo, Mi crimen no llega a ningún momento a desatar todo el enredo que debería, y a sus resueltas protagonistas no les supone demasiado esfuerzo poner remedio a las adversidades que el guion les pone por delante. Aún así merece la pena quedarse en la sala durante los créditos para asistir a la última broma y abandonar la butaca con una agradable sonrisa, si bien no riéndose a mandíbula batiente.