Mario C. Gentil / 29.11.2023
En Les Meutes, primer largometraje de Kamal Lazraq, proyectada en la Sección Oficial del Festival de Sevilla, se hace cine de lo miserable. No reciba esto el lector como una feroz crítica: lo que el cineasta marroquí realiza, entre otras cosas, es un acto de captación cinematográfica del principio científico de entropía (la tendencia física del universo a evolucionar todo en situaciones cada vez más complejas), proceso que se acelera entre las clases humildes, y por qué negarlo, en las muchas gentes incapaces, que, desgraciadamente, la pobreza genera. La cinta francesa recoge la historia de un padre e hijo que subsisten, relación tóxica mediante, haciendo chanchullos ilegales. Partiendo de un trabajo por encima del nivel de capacidades de estos buscavidas, a saber, un secuestro, todo se les va de las manos.
Con una cámara nerviosa, narrada en tiempo casi real (prácticamente en una noche, certeramente fotografiada en esa inclinación oscura moral de la película), con una muy expresiva y naturalista captación de los cuerpos y los rostros, este thriller es solo el mecanismo dinámico de una obra que se sitúa con más entidad en el terreno del realismo social, sin por ello dejar de articular una lograda narración.
Aun con todo lo contado, la cinta, en otro alarde de realismo, contiene un humor que en vez de situarse como una contraposición del drama que aquí se narra, es la doble cara de una moneda: el reflejo de la absurdez de la existencia. Hilando con ese principio de entropía, entre el drama de la existencia rebrota esa comicidad inmanente de muchas situaciones terribles, del sinsentido al que las personas se ven advocadas cuando no pueden controlar absolutamente nada (que, en realidad, ocurre en casi cualquier ámbito de la vida, solo que aquí lo vemos amplificado). El patetismo acaba enroscándose con el drama social para concluir con una apuesta formal homogénea y un fondo que, pese a su apariencia de concreción, acaba expandiendo sus horizontes filosóficos.
No todos son bonanzas, pues la cinta tiene su propio techo: la redundancia del caos puede llegar al punto de ser limitante en su andamiaje y en su verso, pero no engañosa. Si bien, una impecable actuación de sus protagonistas hará que el posible hastío tenga un punto seductor, pues no solo el caudal de situaciones habla por la película, sino que los silencios, las miradas y las expresiones de los actores, irónicamente, toman el control cuando pueda haber un atisbo de perderse, en una cinta en la que sus personajes, por el contrario, constantemente lo pierden.
Perros, el mejor amigo del ser humano, y uno de los insultos más recurridos por éste: un doble vórtice donde el hambre, el control, la educación, la necesidad o el cariño puede hacerlos ser los más entrañables, o lo más bajuno que exista a nuestros ojos. Todo dependerá de la urgencia de nuestras vidas, de la clase social a la que se nos empuje, de la suerte de educación que nos toque, y del azar, que desembocará en una mayor o menor entropía.